Es una alegría leer esta reseña de mi “hierro de tu piel” desde la perspectiva de la escritora Mayte Sánchez Sempere”.
https://maytesanchez.blogspot.com/2021/10/ultimas-lecturas.html
Es una alegría leer esta reseña de mi “hierro de tu piel” desde la perspectiva de la escritora Mayte Sánchez Sempere”.
https://maytesanchez.blogspot.com/2021/10/ultimas-lecturas.html
Leo. Paso las páginas y me descubro acariciando las líneas. Sintiendo el sutil relieve de este libro que se imprimió a golpe de plomos invertidos y de tinta. Que atravesó con su sangre los nervios de sus hojas. Que vertió en las comisuras de sus márgenes las ideas de un lector que ya no existe.
Leo. Caen las palabras sobre mí como gotas de lluvia. Calan en mi piel. Me nutren. Conforman las circunvoluciones díscolas de mi cerebro sediento. Me sosiegan.
Leo. Nada de lo que ocurre, en la comunión íntima y profunda que me conecta con las cremosas hojas, puede separarme del viaje de su olor. Del cálido sortilegio que me lleva, más allá de las fronteras infranqueables de este mundo que pretende contenernos.
Leo. La luz de la lámpara me lame los perfiles. Concreta el fruncimiento concentrado de mi ceño. Me define en la soledad lejana que envuelve al lector empedernido. Me aísla. Me contiene. Me completa.
Tiembla el mundo bajo los timbales del volcán de La Palma. Las vidas de muchas familias han quedado detenidas. Suspendidas por un tiempo. Pero podrán seguir avanzando. Tendrán un futuro.
Tiembla el mundo bajo la rabia sorda que atraviesa a una parte de la ciudadanía. La embrutece. La convierte en bestias salvajes que destruyen todo lo que encuentran a su paso. No puedo imaginar de dónde sale esa impotencia. Qué los hace estallar de esa manera. Quién los manipula y para qué.
Tiembla el mundo bajo el miedo del derrumbe de la gran empresa china Evergrande. Tiemblan los bancos que financiaron al gigante con pies de barro. Tiemblan porque la asunción de la deuda pasará del estado chino a los clientes de las empresas que poseen el monopolio de casi todo. Temblamos todos.
Tiembla el mundo por la presión de las grandes migraciones. La pobreza es un estigma. El hambre, la vergüenza de los que la consienten. De los que la provocan. De todos los que alguna vez hemos mirado hacia otro lado.
Tiembla el mundo bajo la basura que lanzan los políticos contra sus adversarios. Contra los ciudadanos que piensan de forma diferente. Contra aquellos que pueden desbancarlos de la primera fila. De la poltrona caliente. Del escenario de las maravillas que abre tantas puertas y lubrica tantas voluntades.
Tiemblan los marionetistas que manejan los hilos cuando la gente no se deja manipular más. Cuando vuelve a pensar por si misma. Cuando comienza a tomar sus propias decisiones y rompe con la perversa rutina de la vida. Cuando lee. Porque el poder de los libros puede crear una corriente que cambie el mundo.
“Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad”, que decía la zarzuela. Ahora podemos pagar con el móvil. ¡Qué cómodo! ¡Qué ecológico! El banco se ahorra el costo del correo, el papel, los franqueos y la producción de tarjetas de plástico.
En nombre del progreso también podemos gestionar nuestras cuentas en línea. ¡Qué útil! ¡Qué rápido! Nos sentimos como niños mayores, sesudos y capaces haciendo el trabajo de los bancarios de las sucursales que ahora podrán cerrar sus puertas dejando en el paro a varios millares de personas. Pero no importa porque se les indemnizará convenientemente gracias a la pequeña infinidad de comisiones que pagaremos, religiosamente, todos los clientes. Y también recibirán los dos años de paro a los que tienen derecho, y que financiaremos todos los ciudadanos con nuestros impuestos. Y, si los recién despedidos son suficientemente longevos, podrán jubilarse, y seguiremos siendo los esforzados ciudadanos los que salvemos a los bancos de sus políticas suicidas aunque, en realidad, sus cuentas no registren pérdidas.
¡La banca siempre gana!
Pero la tecnología y la sostenibilidad también invaden los hipermercados. Ya no contaminan llenando el medio ambiente con bolsas de plástico regaladas. ¡Qué ecológico! Ahora pagamos por ellas y así contribuimos también a la buena salud financiera de estas grandes compañías. Pero los sobre-empaquetados, los envoltorios de plástico para pre-cortados y las fajas de papel no se reducen.
Además, para facilitar la vida a los clientes, para que no pierdan su valioso tiempo, los consumidores pueden cobrarse los productos ellos mismos. De ese modo las grandes compañías ganan más dinero aunque se aumenten las listas de parados.
También ha llegado la revolución tecnológica a las empresas eléctricas. Es necesario cambiar los viejos contadores por otros que puedan leerse de forma remota. Son más seguros, más fiables y, sobre todo, los pagan los usuarios así que ¡negocio redondo!, pueden despedir a los trabajadores que leían los consumos hasta ahora y las empresas recortan otra porción de gastos para poder aumentar los salarios de los directivos y consejeros. ¿Alguien da más?
Para cualquier gestión nos vemos obligados a tramitar nosotros mismos nuestras peticiones a través de una web o, aún peor, a través de un servidor vocal que no sirve, ni entiende, ni soluciona absolutamente nada.
Aislados. Autogestionados. Los ciudadanos somos más fáciles de manipular. Podemos comprar a través de Internet. Podemos ver las películas y las series que nos interesan sin movernos del salón de nuestra casa. Podemos opinar en redes sociales como si nuestra opinión tuviese algún valor. Podemos estar más solos y más obsesionados con nuestros propios fantasmas mientras la maquinaria paquidérmica continúa su avance imparable.
Los neonazis se dan cita en Chueca para manifestarse. Intentan reprimir la libertad de otros. Tal vez les preocupe la diferencia. Quizá les atemorice aquello que no son capaces de entender. Que deja al descubierto su propia impotencia. Quién sabe si también su miedo a no estar tan seguros de su propia identidad sexual como quisieran demostrar.
Estados Unidos apuñala por la espalda (entre el Índico y el Pacifico) a una Europa irrelevante.
En España sacamos a los muertos de las tumbas para herirnos mutuamente. Para saciarnos el odio. Para arrancarnos las desvergüenzas a dentelladas.
La Feria del Libro de Madrid rezuma entusiasmo, novedades, reencuentros largamente anhelados. Los libros, las historias, los personajes, toman al asalto este otoño incipiente, deseoso de normalidades. De “estrenos” literarios. De impulsos hacia el voraz mercado navideño que ya asoma sus espumillones brillantes sobre el horizonte.
Los chinos tienden su mano a los talibanes y los europeos sentimos el aliento del fin de una era cada vez más cerca. Cada vez más frío. Cada vez más inquietante.
Las apuestas en línea esclavizan a los niños y a sus padres. Los convierte en adictos. Los somete. Les roba el futuro. Se extienden como virus en los teléfonos móviles de nuestros hijos, camuflados de juego inofensivo. De divertimento indiferente que enriquece a conglomerados glotones que nunca tienen bastante. Que vampirizan y abandonan sin pudor las vidas reventadas que siembran a su paso.
La tierra se estremece ahíta de incendios, contaminación, ignorancia y egoísmo. Contrae sus entrañas. Se derrite. Se diluye en riadas. Nos amenaza con sepultarnos vivos en nuestra propia indiferencia.
El mundo cambia. Se estremece. Deserta de sí mismo. Las eléctricas, como macarras con navajas desplegadas, extorsionan al Estado. Los talibanes se jalean por su victoria pírrica. Prometen sumisiones y triunfos militares. Cosen el cielo con el redoblar de sus fusiles. Se relamen.
Europea mira aterrada la cercanía de la infamia. Indefensa. Desunida. Débil.
Estados Unidos se repliega con una indiferencia miope que se cobrará consecuencias corsarias en sus carnes.
El gigante chino y Rusia cosecharán ventajas a su cargo. Israel parpadea, rodeada de enemigos, sola en su soberbia visionaria.
España soporta la peor política posible.
Los discursos vacíos. El partidismo tóxico. El nihilismo crónico de una sociedad que venera antes al berreado dorado que a sus dioses.
El mundo cambia. Los ciclos se suceden sin destino. La Tierra abrasada permanece. Más sucia. Menos habitable, aunque a pocos les importe. El fuego es un arma más perversa que la Covid. El tiempo de una vida humana no alcanza a ver crecer un bosque. La ignorancia perversa del avariento hartazgo de las élites no abarca al horizonte de los hijos, aún menos de los nietos o de los biznietos, tan lejanos. Tan poco visibles.
El mundo cambia empujado por la estúpida molicie indiferente de los días y, nosotros, espectadores indecisos, empujamos ese cambio sin ver las consecuencias.
Veinte años. Han pasado veinte años desde que todo el mundo mantuvo la respiración, pendiente de las pantallas y de las radios. Congelados ante la sorpresa y el horror por los atentados en territorio norteamericano. Una línea de plomo separó el antes y el después. Un terrible puño destructivo extendió una guerra interesada e infructuosa que se ha saldado con más radicalismo y menos seguridad.
Veinte años. Como dice el tango, no son nada. Pero son los suficientes como para recoger la cosecha del odio. Como para presenciar la inutilidad de la venganza. Como para ver florecer las semillas del dolor, de la incomprensión y de la arrogancia herida.
Veinte años. Y otra guerra perdida que la propaganda Hollywoodense no podrá maquillar con películas heroicas, ni con bandas sonoras emocionales que oculten la vergüenza de abandonar un país destrozado y furioso, deseoso de revancha y de sangre.
Es un placer regresar a la normalidad. Volver a tener contacto con lectores y curiosos. Volver, en definitiva, a La Feria del Libro de Madrid.
Allí os espero, entre las 20:00 y las 21:00 horas, en la caseta número 312 de la Librería Muga.
A pesar de las restricciones, será maravilloso el reencuentro.
Involucionamos. Texas intenta pulverizar el derecho al aborto. Nos aterra la represión que sufrirán las mujeres Afganas, aunque no nos preocupan las mujeres silenciadas de los países ricos del Golfo Pérsico. En la India dejan morir a las niñas porque son un lastre económico.
Involucionamos. Los mismos que hablan sobre “la doble pena de las víctimas de ETA por el olvido y la impunidad”, nunca han pensado de la misma manera sobre las víctimas del franquismo. Montenegro arde en llamas por el nombramiento de un obispo serbio. El odio no desaparece con la construcción de fronteras.
Involucionamos. La ostentación es una enfermedad contagiosa. Los estúpidos hablan más alto con el fin de ser escuchados. Los sabios guardan silencio. No es que no tengan nada que decir, es que nadie está dispuesto a escucharlos.
Foto: ABC/Reuters
Llueve. Todo el cansancio del verano se desploma sobre la ciudad sedienta. Regresa poco a poco el lento transitar resignado de los coches. Las miradas tristes de los retornados. Las carreras previas al comienzo de la escuela. La revisión minuciosa del calendario, rastreando posibles huidas de la vida que nos damos.
Llueve. Las facturas esperaban apiladas en la entrada. Las cuentas, que parecían ligeras y flexibles hace un mes, se han hecho plomo. El supermercado es una versión encarecida del que dejamos atrás. Se nos cansa el ánimo solo de pensar en cómo ascender la dura cumbre hacia diciembre.
Llueve. Por fin respiran las casas encalladas en el calor excesivo. En las siestas en penumbra. En los rumores saturados. En el sudor destilado gota a gota, a ritmo de sonatas y, a veces, de caricias.
Llueve. Se nos llena la agenda con los buenos propósitos que hemos tejido en la distancia. Se nos cansa la esperanza de tanto exhibirla, de tanto estirarla, de tanto envolvernos en ella para que la erosión de la vida no nos hiera.
Llueve. Comienzo a leer un nuevo libro. Me diluyo. Me dejo llevar por su corriente. Septiembre puede esperar un poco más. Las tareas infligidas pueden aguardar por unos días. Unas palabras más. Unas páginas más y volveré al redil, tan manda como siempre.
Llueve.
Fotografia: Andrés López ALL photographer
La indiferencia es una enfermedad que acabará matándonos a todos.
El alma del ciudadano, hostigada por la angustia de la supervivencia, por el delirio de la consecución de estatus, por la lucha cotidiana, se ha hecho insensible al dolor ajeno. Ante el padecimiento de los demás damos un paso atrás. Arrugamos la nariz.
Nos encogemos de hombros. Nos convencemos de que nosotros nunca estaremos en la misma situación que ellos.
La indiferencia es corrosiva. Nos deja a la intemperie. Nos condena a la repetición perpetua de la injusticia. Nos encapsula en una soledad desconsolada
Grandes corporaciones anónimas viven de la extorsión. Del sacrificio ajeno. Del miedo.
Caen los feudos perdidos, las tiranías inmutables, los poderes perpetuos. Pero pronto sus ruinas serán ocupadas por la dictadura financiera, como ocurrió tras la caída del Gigante Rojo.
El fanatismo religioso proyecta su sombra sobre los confines de Europa.
Las mujeres son objetivo de guerra. Doblegadas, darán a luz a los hijos de los vencedores.
Los peces mueren por centenares en el Mar Menor como si se estuviese cumpliendo una profecía milenaria.
Las pequeñas poblaciones ibéricas del interior se están quedando mudas, invisibles, despobladas. Necesitan mentes valientes que inventen un futuro para ellas. Nuevas industrias colaborativas que las saquen del silencio. Nuevas manos. Nueva esperanza.
Y mientras todo ocurre medio mundo se broncea bajo el sol. Soporta los incendios pertinaces. Las inundaciones violentas. Los terremotos. Y procura no mirar de frente hacia el futuro azotado aún por la pandemia. Por el cambio climático. Por el re equilibrio geoestratégico. Por la muerte de una era.
Hoy la noche respira. Se ha levantado el peso que oprimía nuestros cuerpos contra el suelo. El verano sigue su camino. Los incendios devoran bosques centenarios condenados al olvido.
Las mujeres afganas huyen de la violación legal, de la asfixia, de la lapidación, del borrado. Estados Unidos cierra otro capítulo bochornoso sin victorias, sin remordimientos, sin dignidad.
Haití vuelve a caer, aplastada por una naturaleza enfurecida. Por una pobreza crónica. Por un olvido endémico.
La noche de hoy respira. Los niños inmigrantes nos aterran. Tememos sus miradas dilatadas, esperanzadas, diferentes. Queremos que se marchen. Que salgan de las impúdicas noticias. Que se cierren las fronteras.
Los patronos alemanes demandan la jubilación a los 70. La longevidad no es un regalo. La población es un recurso. Un bien re utilizable. Una herramienta.
La meretriz del pop se revende y se recicla. Renace secretando provocaciones lascivas tan viejas como el mundo.
El verano se arrastra hacia el otoño. La política descansa su impericia dominguera. Silencia sus diatribas. Nos deja respirar por unos días.
Calor. La ciudad se desploma sobre mí. Sobre nosotros. La mojigatería galopante naufraga en sus intentos de acallar, dominar, censurar. Pone en marcha campañas involuntarias, gratuitas, virales. Construye bandos.
Calor. Los futbolistas multimillonarios lloran. Sus vidas cambian sin su consentimiento. Se abandonan a su suerte privilegiada. Algunos aficionados lloran también, haciéndoles los coros, aunque no sepan si podrán llevar el pan a casa el mes que viene. Aunque probablemente no puedan disfrutar de unos días de vacaciones este año. Aunque puede que se vean obligados a pasar el invierno sin el consuelo de la calefacción.
Calor. Los cuerpos se distienden junto al mar y a las piscinas. Ahora no se puede pensar. Ya veremos. Dios proveerá. No hay mal que cien años dure. Hay que dejar la mente en blanco. Acompasar la respiración. Relajarse.
Calor. Los talibanes afganos recuperan sus feudos. Los refugiados se marchitan, ignorados, invisibles, anónimos. Se cumplen sesenta años del nacimiento de la negra costura silenciosa que dividió Berlin, pero pocos recuerdan el horror continuado que supuso.
Calor. Las eléctricas imponen dictaduras tarifarias. El íncubo de la recesión se asoma, delirante, espiando nuestros sueños, alimentando nuestras pesadillas, sembrando minas de miedo en el futuro.
Calor. El esfuerzo es castrador e infructuoso. Abandonar está de moda. No hay culpa. No hay remordimiento. Podemos ahogar nuestra frustración en el abismo infinito de nuestras voraces pantallas.
Calor. El chirrido impotente del ventilador no logra refrescarme. La oscuridad llena los cuartos. Los susurros no contienen ya secretos, son hijos del cansancio, la apatía, las deshidrataciones insondables. Los cuerpos sudorosos no alientan la pasión. Se ahogan en sus jugos, aplastados, deformes.
Mañana el Mercurio tejerá más espejismos sobre los asfaltos oxidados. El pensamiento volverá a divagar, asfixiado en la calima.
Ameis - "El hierro de tu piel"
Gracias a AMEIS por esta entrevista sobre "El hierro de tu piel".
Más abajo podrán lee, si lo desean, las primeras páginas de esta novela:
https://www.talenturalibros.com/el-hierro-de-tu-piel
Envejecemos. Las fotos palidecen. Los rostros de los otros nos recuerdan el propio deterioro. La dulce sinfonía del reloj comienza a acelerarse. Los sueños por cumplir carecen de horizonte. Nunca seremos tan sabios como ahora. Leemos entre líneas los mapas de la vida. Nuestros mayores ceden a la vejez y al desaliento. Se deshojan sus memorias y sus huesos. Nos dejan en la boca la terrosa amargura del olvido. Nos muestran la fábula doliente del futuro que nos llega. Pero no queremos ver. Miramos a otro lado.
Envejecemos. La gravedad descuelga nuestras carnes. Las sonrisas se tiñen de nostalgias. Los cabellos platean. Las certezas invisibles se revelan. Si hubiéramos sabido, como ahora, entonces todo habría sido diferente. Pero el agua de este río no regresa y el curso de este tiempo es solo nuestro. Tejamos con su espuma los años que nos quedan.
Fotografía de Alicia Moneva titulada“Time si the Evil”
En un país delirante los ministros juegan al espionaje en el desempeño de sus cargos. A los ex monarcas les dan jaque mate fiscal. Los logros comunes de las administraciones en la lucha contra las pandemias no se celebran porque no se debe dar oxígeno al adversario. La dictadura económica de los bancos somete a los gobiernos e impone comisiones a las transacciones corrientes de las administraciones públicas que se doblegan, en silencio, sin dar publicidad a la extorsión.
En un país delirante se apaliza a muchachos indefensos hasta matarlos. Se viola en manada. Se asesina a mujeres por su condición. Se engrandece a un famoso analfabeto y se desprecia a un intelectual. Se dignifica la fortuna económica y se menosprecia la modesta honradez. Se despilfarra dinero público en faraónicos sueños seniles. Se promete hasta que sangra la boca y se olvidan las promesas con un parpadeo.
Pero estas cosas sólo ocurren en el quimérico mapa de los países delirantes. Menos mal que nosotros no vivimos en uno de ellos ¿verdad?
Comparto aquí el vinculo al blog de la escritora Elena Casero que ha tenido la amabilidad de hacer una preciosa reseña sobre mi última novela “El hierro de tu piel”.
Gracias, Elena
Cabalgamos hacia el ocaso de Julio. La ilusión de que todo va bien comienza a diluirse. En Siberia se derrite el permafrost. Cuba camina hacia el final de una era. Nuevos colonos la cortejan preparando ya el asalto. España nunca deja de nutrir las barricadas. La generosidad es una palabra muerta en un anaquel del diccionario. Periodistas radiofónicos afean a invitados que se salen del guión, o del carril, o del tiesto del pensamiento establecido. Nuestros escritores reciben cobardes amenazas por correo. El fascismo se resiste a doblegarse. Los sanitarios enmudecen, agotados. Europa se vacuna y se protege. El mapa de la muerte se expande hacia otros lados. La gente solo quiere divertirse. La sombra del fracaso aún no nos abruma. Las olimpiadas son un eco muy lejano. La playa extiende filas de fieles sometidos. Los incendios no dan tregua. Alguien analiza nuestros datos en la red. El gran hermano ya no es un estado. Nuestros “me gusta” enriquecen a seres invisibles. La intimidad es un recuerdo. La vida es un sainete delirante. El mundo intenta aferrarse con denuedo a la esperanza.
Han matado a dos mujeres esta noche. La violencia no cesa. Crece aventada por la rabia, la impotencia, el fanatismo. Por una educación coja y cargada de prejuicios. Por una miopía miserable.
No sirve solamente legislar. También hay que educar en el corazón de cada casa. En las escuelas. Dando ejemplo. Abriendo ventanas. Tendiendo puentes.
Dos mujeres más han sido asesinadas esta noche. Dos víctimas visibles de este drama. Concretas. Reconocibles. Cuantificables. Pero nadie hace el censo de las que soportan en silencio su tortura. De las que se quitan la vida porque ya no les alcanza la esperanza. De las que, poderosas, valientes y aterradas, se enfrentan a su miedo y sobreviven.
¡Impulsemos la esperanza! 016
Arde Siberia un año más. La Amazonia mengua. Los bosques españoles sufren recesiones constantes desde que tengo uso de razón. En Estados Unidos al fuego que devora sus bosques ya le han puesto un nombre. Nos desertizamos. Tenemos sed de verdor; de medidas inteligentes; de solidaridad; de generosidad. De esa generosidad que solo surge en los seres humanos cuando todo parece irremediablemente perdido. Hacemos pequeños gestos que unos años antes parecían impensables. Reciclamos nuestra basura, nuestra ropa. Pero vamos tarde. Muy tarde. Ya deberíamos estar repoblando masa forestal de forma prioritaria e intensiva. Ya deberíamos haber llenado de plantas los edificios de las ciudades. Individualmente. Vecino a vecino. Construyendo pequeños pulmones en cada balcón. En cada alféizar. Los ciudadanos tomando las riendas de lo que las instituciones y los políticos no saben hacer. Solo un pequeño esfuerzo, un pequeño sacrificio individual multiplicado por los miles de viviendas de una zona urbana podrían constituir la diferencia. La vegetación cambia el clima. Retiene la humedad. Aísla. La voluntad individual nos hace fuertes. Un pequeño brote en la Tierra es el origen de un bosque. No se puede despreciar ninguna iniciativa cuando se nos están quedando desdentadas las encías del planeta.
El editor de Talentura ha tenido una idea estupenda: a partir de ahora, pinchando en este enlace https://www.talenturalibros.com/el-hierro-de-tu-piel , podréis leer las primeras páginas de mi novela “el hierro de tu piel”. Un texto que aúna crudeza, supervivencia y esperanza.
Cuba agoniza. Las utopías ordeñan decepciones. Las dictaduras cultivan mártires. Europa fabrica nuevos caudillos. En Mexico riegan la tierra con sangre de mujeres. Los ídolos que nos alumbran son sórdidas copias del absurdo. Masas de turistas disciplinados transitan, sonámbulos, por las calles reseñadas de una villa. No ven nada. No entienden nada pero sonríen mostrando sus dientes alineados y brillantes mientras recitan mantras de guía on line. El sol aplasta el cansancio bien pagado de los bañistas aburridos. La brisa del mar barniza pieles de efebos y bacantes con carnet. Los niños ejercen su derecho al bestialismo bajo las impávidas miradas de sus padres. No se puede pensar. No se debe pensar. Ya llegará el otoño con su crudeza de verdades absolutas y nos arrodillará a todos tras la mascarilla infame de la vergüenza arrepentida. Algunos hacen caja y se frotan las miserias con su suerte. La pandemia asola el planeta. Bajamos la mirada resignados. Cambiamos de cadena. La tierra seguirá girando.
Los viajes espaciales de los grandes multimillonarios son una perfecta instantánea del presente: mientras las economías de muchos países se tambalean como consecuencia de la enorme pandemia, ellos se han construido una nueva burbuja de especulación con la que seguir aumentando exponencialmente sus tesoros (Por cierto ¿alguien puede decirme cuánto contamina el planeta cada uno de los cohetes que lanzamos al espacio?). Pero además, están emocionalmente tan distantes del mundo que les rodea que aparecen en las pantallas de televisión como adolescentes avejentados, disfrutando de sus nuevos juguetes, ignorando por completo el sufrimiento económico y sanitario de millones de personas.
Y no es que no me produzca un cierto pellizco de envidia esa aventura con la que los niños de mi generación - adictos a Star Treck, a la Guerra de las Galaxias y hasta a Alien - soñábamos, convencidos de que en nuestra madurez podríamos ver el sueño hecho realidad. Lo que me inquieta es que los gobiernos no se alíen en un frente común para lograr un objetivo imprescindible para la supervivencia humana tal y como decía Stephen Hawking al final de su último libro*. Lo que se demuestra con las ocho misiones espaciales que se llevarán a cabo este año, financiadas por la Nasa, China, Emiratos Árabes, la Agencia India de Investigación Espacial y la Agencia Espacial Europea. ¿No sería mucho más productivo para el futuro de la humanidad unir talento, dinero y esfuerzo en proyectos conjuntos en vez de luchar por la conquista del Universo como si fuésemos descubridores del siglo XV? ¿O es que hemos asumido el cliché distópico de que solo unos pocos privilegiados lograrán escapar de la Tierra a tiempo y estamos absolutamente convencidos de que entre esa élite estaremos nosotros? O, peor aún, pensamos que eso no ocurrirá mientras nuestra generación siga viva y ya se las apañarán nuestros hijos y nuestros nietos cuando llegue el momento.
Ninguna de estas posibilidades me consuela, la verdad. Pero relajémonos, que estamos en verano y ya cuando volvamos en septiembre con la resaca de las vacaciones, pensaremos en cosas tristes e inoportunas como la supervivencia de la humanidad. Aunque, si son de los afortunados que tienen suficiente dinero, ni siquiera eso será un problema porque podrán acceder a este nuevo parque temático por un módico mordisco en sus nutridas fortunas y, llegado el caso, saltarán a “Elysium”** sanos y salvos tal y como, sin duda, se merecen.
*“No podemos seguir ensimismados en nosotros, en un planeta pequeño y cada vez más contaminado y superpoblado. (...) debemos mirar hacia el universo más amplio, mientras también nos esforzamos en arreglar los problemas de la Tierra” Stephen Hawking, “Breves respuestas a grandes preguntas”, Planeta, 2018.
**”Elysium” película norteamericana de ciencia ficción dirigida por Neil Blomkamp. 2013.
Hace calor. La ciudad arde. Un ser microscópico está ganando la batalla. Hay personas brutales capaces de asesinar sin motivo. Las pantallas se están tragando los libros, el reflejo del mar, la belleza misteriosa de los bosques y hasta las conciencias. Masas embrutecidas llenan las calles para anestesiarse en manada. Los niños quieren ser “YouTubers”, “influencers” o “streamers”. La política es una pelea en el barro en el que hozan seres incompletos con aspiraciones morales. Hace calor. La memoria es un lastre que no conviene a nadie. Los muertos de la COVID rezuman olvidos resignados en playas atestadas y en celebraciones baldías. Los esfuerzos de nuestros padres por construirnos un futuro se están desintegrando. Los cadáveres adoquinan los cimientos de la mar. Las guerras se alimentan en silencio con intereses bastardos. Amamantamos a los hijos con odios reinventados. Los refugiados sirios ya no llenan diarios. Hace calor. El puño del verano nos aplasta. Tal vez por eso pienso en estas cosas mientras la tarde, resentida, cae desplomada sobre nuestros pobres cuerpos deshojados.
Normalizamos la barbarie. Escuchamos, impávidos, la papilla de horrores que nos sirven a la hora de la cena. Los niños mueren a manos de sus progenitores. Los pobres pierden sus casas. Las violaciones grupales se han puesto de moda. Los que huyen de las guerras chocan contra muros fortificados. Una pandemia invisible barre a los ancianos. Otra oleada de mujeres muere a manos de sus parejas. El sol sale y se pone. La tierra gira. Los ricos cada día son más ricos. China crece gracias a los efectos devastadores de la COVID-19 y a una lenta pero incesante deslocalización de la industria que la ha hecho algo más que poderosa, imprescindible. La cultura es un negocio. La hiperactividad infantil aumenta. La gente no lee. La tierra gira. El sol sale y se pone. Hay que ver la nueva serie de moda. Ya se consumen más alimentos en un año de los que somos capaces de producir en doce meses. La Amazonia será legalmente deforestada. Los totalitarismos aumentan y se consolidan. En Silicon Valley investigan sobre cómo erradicar la vejez. Los mares son de plástico triturado. Los casquetes polares se derriten. El desierto se extiende. Después de las noticias podemos ver una película. Cuando explote ese edificio ya no estaré segura de si estoy viendo un suceso real o una trama cinematográfica. No importa. Es hora de dormir. Soñaré que todo se resuelve. La tierra girará otro cuarto de vuelta mientras descanso. Saldrá el sol. Me envenenaré de nuevo de esperanza, alucinógeno imprescindible para seguir viviendo, y solo al mirar a las estrellas comprenderé que, en realidad, nada de esto importa.
La violencia sobre las mujeres no conoce de estratos sociales. Se suele relacionar el maltrato con la población más modesta y, sin embargo, entre las familias acomodadas también existe aunque oculto por capas de apariencias, vergüenza, costumbres, tradiciones e intereses.
Pero maltratar y humillar a un ser humano haciéndole creer durante años que no vale para nada, que es inferior, que no tiene otro futuro posible, que debe someterse al destino que le ha tocado vivir, no es algo exclusivo de los más desfavorecidos.
El peor infierno del maltrato no son los golpes, es el silencio. El silencio de la víctima que se esfuerza para que nadie descubra su vergüenza. El silencio de vecinos, familiares y amigos que no se atreven a preguntar cuando tienen sospechas, ni a intervenir cuando tienen certezas.
https://www.talenturalibros.com/el-hierro-de-tu-piel
«El miedo es una muerte pequeña que se va haciendo grande hasta devorarlo todo».
«Soy una mujer poderosa que ha resurgido del dolor sin renunciar a su legado
pero sin abrasarse en su hoguera».
¿Cómo reiniciarías tu vida si despertases en una habitación de hospital? ¿Cómo te enfrentarías a un pasado que te asfixia y te avergüenza y del que nunca podrás desprenderte? La protagonista de El hierro de tu piel comienza a tejer una conversación imaginaria con su maltratador para comprender todo lo que le ha ocurrido. Se adentra en su memoria, hurga en sus sentimientos e inicia el camino de salida del laberinto.
Dura, sincera, tierna, a veces desgarradora, esta novela narra, en primera persona, la experiencia de una mujer que deja de ser una víctima de la violencia machista para convertirse en una superviviente.
«No quiero que nadie me vea como una víctima.
No permitiré que disfrutes pensando que me has doblegado».
«He sobrevivido a algo horrible. Te he sobrevivido a ti».
La vida cansa, pesa, corrompe el nácar de los días por vivir. Expande el aroma ansioso que nos enferma. Fumiga con su insidia la plácida conciencia de los niños.
Me gustaría coserme a las pupilas de la luna y verterme en ella para poder columpiarme en sus mareas y tatuarme en sus cráteres estériles y dejar que este mundo tan hermoso deje de arañarme el alma con su dolor inútil de mercader desalmado.
Pintura: Remedios Varo
La primavera va rompiendo la tierra con unos largos dedos verdes. Se abre paso entre el frío arenoso y el aire helado.
Una mano dulce acaricia con su luz el perfil flexible de una planta que se curva suavemente y se pone de puntillas sobre el mundo.
Hay un milagro germinando el tiempo. Una risa tiritando en el viento. La voz de una niña creciendo hacia el futuro.
Los fantasmas no hacen ruido. Son
seres evanescentes y discretos que saben guardar secretos, que te espían
mientras comes porque añoran el placer físico de los aromas y los sabores en el
paladar. Que suspiran mientras la gente se ama entre las sábanas acaloradas del
verano. Que hacen vigilia con las madres asustadas que velan al niño
enfebrecido y con los padres que se sientan pegados al teléfono cuando la
madrugada avanza y los hijos aún no han vuelto a casa.
Los fantasmas no hacen ruido, pero acarician la nuca, algunas veces, para que sepamos que siguen con nosotros y nos susurran secretos al oído, avisos, noticias aparentemente intrascendentes que nos hacen cambiar el rumbo rutinario de la vida y nos salvan de un naufragio o nos arrojan al olvido según sea su memoria y su tristeza.
Los fantasmas no hacen ruido, pero construyen telarañas invisibles a nuestro alrededor y remueven con sus fríos dedos las memorias de los durmientes y, a veces, cambian las cosas de sitio, solo por divertirse.
Vivo en el desaliento de un tiempo en declive en el que no importan las ideas sino los impulsos, en el que la única ambición es la fortuna y el poder.
Cuadro de Tetsuya Ishida
“Bajo el paraguas del presidente de la compañía”
William Adolphe Bouguereau
El amor nunca debería ser una losa que lastre y paralice, debería ser las alas que ayuden a volar y a crecer. Lo demás no es amor, es posesión.
¿Y si no es?
¿Y si la vida no es?
¿Y si morimos sin haber alcanzado nuestros objetivos?
¿Y si realmente no hay nada al otro lado o si, más allá, nos espera el juicio de Osiris, un juicio en el que se nos condenará al dolor eterno del exilio por no haber sabido disfrutar de nuestro tiempo?
¿Y si detrás de tanta culpa y de tanto esfuerzo lo único que se nos hubiera exigido fuese vivir?
Una novela sobre el amor mal entendido, sobre la resiliencia silenciosa de las mujeres maltratadas, sobre la supervivencia y la esperanza.
El hierro de tu piel (talenturalibros.com)
Pintura: Dalí
El tiempo es un fluido que, en la infancia, es lento y oleoso y va perdiendo densidad durante la madurez hasta hacerse líquido y veloz a medida que el final se acerca.