El ámbito editorial, al igual que antes el de la música y el del cine, se retuerce como consecuencia de la revolución tecnológica y, a pesar de tener ante sí las experiencias de ambos mundos, sigue buscando a tientas el camino de salida hacia el futuro.
Las grandes editoriales que han ido adaptando sus “novedades” al libro electrónico, siguen ofreciendo altos precios muy alejados de lo que el usuario de “e-Books” estaría dispuesto a desembolsar porque, a día de hoy, es capaz de encontrar páginas, enlaces o vínculos (no estoy segura de la correcta denominación) donde pueden “descargarse” gratuitamente, esas mismas novedades.
Pero lo más preocupante es que estas obras, a falta de alguna corrección de erratas de última hora, son exactamente iguales a las que se comercializan, lo que me empuja a hacerme la inevitable pregunta sobre el origen de la “filtración” de estos textos, que no puede proceder sino de la propia industria, es decir, de la editorial (o de alguno de sus empleados), de la empresa de maquetación (o de alguno de sus empleados) o de la imprenta que finaliza el trabajo (o de alguno de sus empleados).
Y las siguientes preguntas, enlazadas con la anterior, vienen a abundar en un tema que, a día de hoy, me resulta realmente complejo de comprender y es ¿qué beneficio obtiene el que filtra el archivo y/o lo cuelga en la Red? ¿Y el que habilita la página desde la que se puede descargar? Tal vez, este último, logra una cuantía de ingresos importante por la publicidad que el espacio mantiene: a mayor número de internautas que visitan la página, mayor beneficio. Pero ¿no hay un enorme colectivo que, convencido de hacer una colectivización de la cultura, a favor de los demás, está permitiendo que unos “entes” anónimos se beneficien del trabajo de otros?
Autores, seguirán existiendo, eso es indiscutible, el creador no dejará de fabular porque no pueda beneficiarse económicamente de su trabajo, ya que existe desde que el hombre es hombre, mucho antes de que hubiese una industria de la cultura y de que la especialización permitiese a algunos creadores, vivir únicamente de la rentabilidad del fruto de su esfuerzo. Sin embargo otras preguntas surgen, inevitablemente, al bordear este nuevo precipicio del mundo conocido: ¿Realmente la Red permitirá que se diversifique la oferta, logrará romper los “cuasi monopolios” de algunos grupos editoriales, representantes y premios? ¿Abrirá de verdad la baraja a una nueva creación, más libre, sin limitaciones estéticas, creativas o lingüísticas?
Verdaderamente, no estoy segura, porque tengo la sensación de que muchas de las banderas “justas” bajo las que se distribuye la cultura libre en Internet, son sólo una cortina de humo para ocultar el lucro de las nuevas formas de mercado encubierto.