La violencia sobre las mujeres no conoce de estratos sociales. Se suele relacionar el maltrato con la población más modesta y, sin embargo, entre las familias acomodadas también existe aunque oculto por capas de apariencias, vergüenza, costumbres, tradiciones e intereses.
Pero maltratar y humillar a un ser humano haciéndole creer durante años que no vale para nada, que es inferior, que no tiene otro futuro posible, que debe someterse al destino que le ha tocado vivir, no es algo exclusivo de los más desfavorecidos.
El peor infierno del maltrato no son los golpes, es el silencio. El silencio de la víctima que se esfuerza para que nadie descubra su vergüenza. El silencio de vecinos, familiares y amigos que no se atreven a preguntar cuando tienen sospechas, ni a intervenir cuando tienen certezas.
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