En un país delirante los ministros juegan al espionaje en el desempeño de sus cargos. A los ex monarcas les dan jaque mate fiscal. Los logros comunes de las administraciones en la lucha contra las pandemias no se celebran porque no se debe dar oxígeno al adversario. La dictadura económica de los bancos somete a los gobiernos e impone comisiones a las transacciones corrientes de las administraciones públicas que se doblegan, en silencio, sin dar publicidad a la extorsión.
En un país delirante se apaliza a muchachos indefensos hasta matarlos. Se viola en manada. Se asesina a mujeres por su condición. Se engrandece a un famoso analfabeto y se desprecia a un intelectual. Se dignifica la fortuna económica y se menosprecia la modesta honradez. Se despilfarra dinero público en faraónicos sueños seniles. Se promete hasta que sangra la boca y se olvidan las promesas con un parpadeo.
Pero estas cosas sólo ocurren en el quimérico mapa de los países delirantes. Menos mal que nosotros no vivimos en uno de ellos ¿verdad?
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