María Jesús Ortiz Moreiro
Con una voz periodística que en ocasiones recuerda al Larra del “Castellano viejo” o al “Vuelva Usted mañana”, María Jesús Ortiz Moreiro fotografía escenas comunes de una vida cotidiana rota por la pandemia, y lo hace contraponiendo dos paisajes bien distintos: una ciudad española y un barrio - quizá el suyo - de Berlín. Con esta premisa aparentemente sencilla, nos presenta a sus “tipos”, sus realidades, sus aspiraciones y sus miedos, usando sus propias palabras porque la autora, como ya hizo en su anterior novela “Sombras en la luz”, hace un interesante ejercicio de aprehensión del lenguaje, de los giros, de la frase hecha y hasta del refrán.
Mordaz, irónica, incisiva, la autora se entretiene observando a sus criaturas. Las ve, las escucha, las mira por dentro y por fuera y nos desvela sus pensamientos más preclaros como cuando Otto comprende que, tal vez, la risa de Anna no sea más que “una manera de llorar por lo que no tiene”; o como cuando L., empapada por el ambiente bohemio e intelectualoide de la capital concluye que “Berlín, más que una ciudad, es un archipiélago de solitarios a la deriva”.
Pero, a veces, como en el caso de “Ramón, Pedro, Nicolás, Barça. Noche de Reyes” (quizá mi cuento favorito) o en “Amanda Parker. Matemos al poeta porque, además, miente”, añade una pizca de emociones melancólicas al relato y conmueve al lector llevándole mucho más allá de la historia, haciéndole vibrar las cuerdas de una nostalgia íntima y anhelante.
Frente a la diversidad de personajes de la ciudad española que comienzan con el reconocible “Pepito Cualquiera”, la concreción de los mismos individuos en Berlín, sujetos a la cercanía del “espeti”, tienda “de-todo-un-poco” donde se encuentran, discuten y ladran Günter, Otto, Sonja, Anna o Lotti (la perra que no habla, pero casi). Frente a la grisura de las instantáneas en blanco y negro de Berlín, la policromía de las estampas hispanas que, en algunos relatos como “Paula. Instante", va conectando personajes en una cadena de encuentros que comienzan con Paula y terminan con ella misma cerrando un círculo perfecto.
En definitiva, estos veintiocho relatos discurren sobre la imprevisibilidad de la vida, la facilidad con la que todo puede cambiar en un instante, la esencia misma de la imperfección del ser humano y sus sociedades, la pérdida del tejido humano que nos deja huérfanos, y hasta la distópica posibilidad de que la sinceridad puede llegar a convertirse en una enfermedad o aún peor, en un delito.