Arde Siberia un año más. La Amazonia mengua. Los bosques españoles sufren recesiones constantes desde que tengo uso de razón. En Estados Unidos al fuego que devora sus bosques ya le han puesto un nombre. Nos desertizamos. Tenemos sed de verdor; de medidas inteligentes; de solidaridad; de generosidad. De esa generosidad que solo surge en los seres humanos cuando todo parece irremediablemente perdido. Hacemos pequeños gestos que unos años antes parecían impensables. Reciclamos nuestra basura, nuestra ropa. Pero vamos tarde. Muy tarde. Ya deberíamos estar repoblando masa forestal de forma prioritaria e intensiva. Ya deberíamos haber llenado de plantas los edificios de las ciudades. Individualmente. Vecino a vecino. Construyendo pequeños pulmones en cada balcón. En cada alféizar. Los ciudadanos tomando las riendas de lo que las instituciones y los políticos no saben hacer. Solo un pequeño esfuerzo, un pequeño sacrificio individual multiplicado por los miles de viviendas de una zona urbana podrían constituir la diferencia. La vegetación cambia el clima. Retiene la humedad. Aísla. La voluntad individual nos hace fuertes. Un pequeño brote en la Tierra es el origen de un bosque. No se puede despreciar ninguna iniciativa cuando se nos están quedando desdentadas las encías del planeta.
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