Llego al edificio de Caixa-Forum de Madrid algo taciturna. No sé con exactitud qué voy a ver y, al pasar al ancho recibidor luminoso, encuentro atractivos el título y el cartel que anuncian la exposición fotográfica “Maternidades”, de Bru Rovira.
No tengo prisa, así que decido dejarme sorprender y tomo las escaleras en vez de subir en el ascensor. Enseguida me encuentro ante una sala pequeña y, nada más entrar, descubro una larga pared dedicada a las palabras, en la que ondean, como pañuelos limpios, montones de hojas de papel llenas de emociones: impulsos instintivos y confusos de los visitantes que han ido dejado su impronta en las cuartillas para hacerse sentir y prolongar así la obra más allá de las imágenes.
Me vuelvo hacia la izquierda y enseguida se me queda la mirada prendida en unos ojos oscuros y llenos de amor. Alguien ha sabido capturar la dulzura irrepetible de una intimidad que conmueve, la belleza idealizada de una Madonna de piel oscura que besa a su bebé recién nacido con la sencillez infantil de una niña que acurruca a su muñeca preferida; Alguien ha robado el instante intenso y fugaz, como la propia vida, y lo ha traído hasta nosotros para sacudirnos del letargo.
De fondo, los paisajes agrestes del dolor y la desgracia, quedan eclipsados por el poder hipnótico de la maternidad: sólo los ojos ácueos e inquietos de una criatura, agarrada al aliento nutritivo de su madre, traspasan la ventana fotográfica para llegar directamente al corazón del espectador.
Tal vez, si pudiéramos ver más de cerca al ser humano en su “humildad”, comprenderíamos lo equivocados que estamos intentando construir universos estancos alejados de la desventura, el miedo y el dolor que sufren “los otros”, porque en el fondo de esas pupilas llenas de luz, que nos miran desde cada una de las fotografías de esta exposición, se ve, con absoluta transparencia, que la fuerza de la vida y el amor de una madre por su hijo es igual en todos los lugares del planeta, independientemente del idioma que hablemos, de las posesiones de las que dispongamos y de la herencia que nos haya sido transmitida.