Frederic Edwin Church
Donde la luz se parte en dos para construir un atardecer que se transforma en un instante milagroso, apenas retenido en mi memoria; donde los días y los sueños aún pueden ser reales; donde la voz de los deseos no envejece, ahí habita mi esperanza.
En el lugar en que los hombres somos capaces de cambiar el curso de la inercia; en el rincón inaccesible de nuestra propia fe; en la celda privada en la que nos sentimos capaces de lograr nuestros anhelos, ahí cosecho mis deseos y busco la forma de construir el camino hacia ellos.
Somos grandes como gigantes y pequeños como niños, somos el resultado de nuestras utopías, la concreción de nuestros impulsos pero, en ocasiones, olvidamos el camino que nos llevaba cada noche a la Isla de Nunca Jamás y, entonces, nuestros sueños se hacen viejos de repente y comenzamos a morir.