jueves, 26 de junio de 2014

OXÍMORON - 4


Christopher Blossom

"Larga singladura"


singladura.

(De singlar).


1. f. Mar. Distancia recorrida por una nave en 24 h, que ordinariamente empiezan a contarse desde las 12 del día.

2. f. Mar. En las navegaciones, intervalo de 24 h que empiezan ordinariamente a contarse al ser mediodía.

3. f. rumbo (‖ dirección trazada en el plano del horizonte).
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miércoles, 25 de junio de 2014

Ana María Matute


La mejor manera de honrar el genio de esta maravillosa autora, es divulgar, leer y paladear sus palabras,  esencia inmortal de su alma:

"Los primeros recuerdos de Pedro venían como a través de una nube de oro. Nacían de una mañana invernal, en el puerto, en la neblina encendida por el sol".

Ana María Matute "El tiempo"

"Todos los días, cuando volvía del colegio, el niño que soñaba miraba aquella gran ventana del palacio. Dentro de la ventana había un árbol. El niño no lo podía comprender, y ni siquiera en sueños podía explicárselo. Alguna vez le decía a su madre: "En ese palacio, dentro de la habitación, al otro lado del cristal de la ventana, tienen un árbol". La madre le miraba con los ojos serios y fijos. De pronto, parecía que tenía miedo, y le ponía la mano en la cabeza: "No importa, niño", le decía. Pero el recuerdo del árbol perseguía la niño fuera de sus sueños".

Ana María Matute "Los niños tontos"

"Delante de nosotros, una mujer de negro, echándose el velo sobre la cabeza, corría como si deseara atrapar las últimas notas de las campanas."

Ana María Matute "Primera memoria"


martes, 24 de junio de 2014

OXÍMORON 3 - LORCA


Leonor Solans Gracia

Tal vez el oxímoron más hermoso que existe:

"anfibio sendero"

Federico García Lórca - Romancero Gitano - "Preciosa y el aire"

La carta


Edward Hopper

Le temblaban las manos, la carta tiritaba como una hoja de otoño entre sus dedos. Apenas podía ver ya las líneas mecanografiadas que había leído en multitud de ocasiones, ni la sinuosa firma del director que le hacía fantasear con la figura rotunda y saludable de un hombre jovial, tal vez entrado en años, quizá encanecido, que la invitaba a formar parte de su institución a partir del otoño.

El sol de septiembre entraba dulcemente a través de los visillos iluminando esa oportunidad inesperada que la había hecho viajar desde tan lejos. Pero Berta no conseguía deshacerse del estrangulado nudo que crecía ahora en su garganta. No podía entender por qué, justo cuando tenía ante sí su futuro, surgía ese miedo nacido de todas las ideas extrañas que sus padres habían sembrado en ella y que ahora germinaban y la invadían sin piedad ahogando los miles de razonamientos sentenciosos que había ido tejiendo para protegerse de la duda.

Ya al subir las destempladas escaleras alfombradas de aquel hotel de tercera, se había sentido desfallecer, y al entrar en su cuarto no había deshecho el equipaje, sencillamente lo había alineado a un lado como si formase parte de una exposición.  Después se había desnudado y se había sentado a esperar que llegase la hora en que debería presentarse en la secretaría de la escuela de señoritas para comenzar el primer día de su futuro con la extraña sensación de que no sería capaz de ganarse un puesto, de que había sido excesivamente ambiciosa y no había medido con realismo aquello que se le exigiría y, entretanto,  el reloj se empeñaba en avanzar sin piedad, empujándola hacia el minuto siguiente, obligándola a actuar sin estar segura de haber pensado lo suficiente sobre lo que iba a suceder a continuación.

Pronto tendría que tomar la decisión definitiva: salir de nuevo con las maletas y regresar a la casa oscura de sus padres, con el fracaso pintado en la frente, o enfrentarse a la anchura de lo desconocido, a la luminosa e idealizada realidad que se desarrollaba más allá de la vida estrecha de una familia de provincias, estrangulada por el temor de Dios y por las miradas esquivas de los demás ciudadanos que sopesaban sin piedad cada movimiento de los hijos del sacerdote y de su esposa: la longitud de los vestidos, la discreción de los sombreros de domingo, el silencio largo o demasiado breve, el rubor inesperado prometedor de pecados inconfesables, la longitud poco apropiada de unos tacones, el sermón, demasiado farragoso o demasiado insustancial que había escrito su padre la noche anterior.

Berta se dejó caer hacia atrás en la cama. El sol bañó su rostro pecoso trayéndole a la memoria los largos veranos junto al río, con los demás niños semidesnudos, empujados por la corriente y por los peces juguetones que se deslizaban entre las piernas. Sonrió, habían sido días hermosos, empapados por el olor de la cosecha y de la lluvia que se precipitaba a veces como una bendición calmando la canícula implacable del estío. Recordaba cómo trepaban a los árboles y jugaban como pequeños salvajes, enredados en la maleza, tejiendo aventuras de piratas, de ladrones de caballos, de domadores de circo, de viejos malvados y solitarios que vivían escondidos en las cuevas dándole la espalda a Dios y quién sabe si abrazando al diablo, ese diablo que a veces resultaba más brillante y hermoso que la criatura justiciera que pintaba su padre en el púlpito cada semana y que aterrorizaba su sueño en las noches oscuras e interminables del invierno.

Pero aquella libertad sin límites duró muy poco. Pronto su madre, alta, delgada y severa, la separó de los muchachos, y comenzó a diluirla, como un azucarillo blanco e intocado, en el interior sofocante de un mundo lleno de normas que no lograba comprender. Debía sentarse como una señorita, mantener la espalda recta, no mirar a los ojos a los hombres, leer la Biblia y repetir sin comprender los salmos. Ya no le permitían jugar con otros niños pero tenía que acompañar a su madre a tomar el té con las mujeres ruidosas que asistían a la iglesia y con sus hijas aburridas y desleídas que miraban hipnotizadas viejas revistas de moda como quien contempla un tesoro.

Fue como si de pronto hubiesen apagado la luz del sol y hubiera tenido que vivir entre tinieblas, alumbrada tan sólo por una vela deficiente. Pero obedeció, cursó los estudios que le impusieron en el internado protestante, aprendió a esconder su interés por los libros y a leer a hurtadillas los grandes títulos censurados por su padre. Descubrió que podía vivir como una fugitiva sobre las alfombras cálidas de su propia casa, disfrutando sin remordimientos del sabor de lo prohibido, y eso le hizo sentirse fuerte.

Se incorporó de nuevo. El pulso de su sangre martillaba su cuello blanco y pecoso. Dobló pulcramente la carta, la introdujo en el sobre y lo dejó sobre la colcha. Después se vistió lentamente, igual que hiciera el día que enterraron a su abuela, en silencio, mirándose fijamente en el espejo, anotando mentalmente cada gesto, cada botón, cada pliegue de la tela en decadencia. Se colocó el sombrero con una cierta inclinación graciosa, se calzó los zapatos, tal vez demasiado provincianos, e introdujo el sobre en el fondo de su pequeño bolso verde antes de salir, con paso vacilante, hacia el futuro.

Sobre la cama, retorcida como la piel de una serpiente viscosa, quedó templando la sombra de la duda que unos segundos antes la había dominado. Después una nueva flecha de sol la atravesó, deshaciéndola en el aire, al mismo tiempo que el amortiguado taconeo de Berta se perdía en el pasillo sobre las gruesas alfombras polvorientas. 

Paloma Ulloa

miércoles, 11 de junio de 2014

OXÍMORON - 1



oxímoron.

(Del gr. ὀξύμωρον).


1. m. Ret. Combinación en una misma estructura sintáctica de dos palabras o expresiones de significado opuesto, que originan un nuevo sentido; p. ej.un silencio atronador.

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Livio de Marchi


martes, 10 de junio de 2014

Toms River (1905)



Toms River (1905) - John Frederich Peto

En mi última visita al museo Thyssen me dejé cautivar por esta inquietante obra de John Frederick Peto que se derrama ocupando el marco y engañando a la mirada con una perspectiva casi táctil de los objetos que lo ocupan: los clavos, el cordel, el número decadente e imperturbable que se desprende del dintel ilusorio de esta pintura premonitoria y lúcida, parecen adelantarse a la corrosiva miseria de la ausencia, el rechazo  y el exterminio que llegarían más tarde.

Una vez más, dar un paseo por las hermosas salas de este museo, es una invitación a la búsqueda de nuevos tesoros que añadir al bagaje de nuestras retinas y una  tentación para el alma que cae sin esfuerzo en la  trampa de los sentidos.

domingo, 8 de junio de 2014

La segunda caída de Venecia



Paloma Ulloa


Hace mucho tiempo que Venecia se descompone y se despuebla permitiendo que su tejido social se descomponga y abandonando a su suerte a los pocos venecianos humildes que aún la habitan, pero el golpe de la maldita corrupción que vuelve a poner a la ciudad más hermosa del mundo en los periódicos de todo el orbe, parece el tiro de gracia a la víctima agonizante.

Bajo las ambiciones personales decae, definitivamente, la historia de una ciudad única, una de las pocas en el Mundo que, desde sus inicios, tuvo un sistema férreo de control contra la corrupción de sus Dogos electos y que hacía caer en desgracia tanto a los ladrones del Estado como a sus familias y descendientes.

Tal vez, si mirásemos más hacia el pasado, si no fuésemos tan ignorantes de nuestros orígenes, habríamos sido capaces de evitar esta oleada corrosiva de corrupción que se está llevando por delante a todo el Mediterráneo, el mismo Mediterráneo responsable de una gran parte del sustrato cultural de occidente, el mismo que dio a luz el Derecho, la democracia, la filosofía, el arte (tal y como hoy lo conocemos) y la historia. El mismo que fue, durante muchos siglos, el único faro que iluminó el mundo conocido.

Que el enésimo caso de corrupción europea que ha saltado a los periódicos proceda, precisamente de Venecia, hará que la impresión de infierno sobre la Tierra que comienza a desprender la vieja cuenca mediterránea, se expanda por el resto del Mundo consolidando la decadencia definitiva de las viejas formas de vida.

No estoy segura de hacia dónde  se dirige nuestro mundo perversamente globalizado, pero lo que sí se es que unos pocos, muy pocos, un grupo reducidísimo de oligarcas anónimos, será el único beneficiario de esta guerra en la que, sin darnos cuenta, estamos perdiendo todos.

sábado, 7 de junio de 2014

Antoni Arissa: maestría, técnica, sensibilidad e historia


Antoni Arissa

Hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto viendo una exposición fotográfica, y me he preguntado, realmente asombrada, cómo es posible que, hasta ahora, desconociese a un maestro de la fotografía de principios del siglo XX como Antoni Arissa.

En las líneas de presentación que sirven de prólogo a la muestra se le describe como un pictorialista influido por los pre-rafaelistas, un vanguardista y hasta un publicista, pero lo que desde luego es, sin duda y en mayúsculas, es un artista poliédrico capaz de retratar la ternura de una madre, diseñar un plano picado sobre una ciudad casi desierta, asombrar con la contundencia de la tecnología fabril de su época y capturar la sutileza de los reflejos sobre el agua y de las sombras mágicas y huidizas sobre las paredes.

Mientras transitaba, totalmente entregada, entre las fabulosas copias antiguas y modernas de este gran fotógrafo, un espectador solitario, intensamente conmovido (fotógrafo de profesión, según me confesó), se acercó a mí para compartir su emoción y, desconociéndonos, derramamos y tejimos impresiones y sonrisas, preguntas sin respuesta, ideas, inquietudes y hasta críticas, por la pura necesidad de expresar tanta belleza y tanta sorpresa como se nos habían acumulado en el alma en unos pocos minutos.

"Qué maravilla". - Repetía mi interlocutor desconocido - "Y qué moderno". "Qué forma de captar y de describir los paisajes, los instantes, las emociones".

Pasábamos como sonámbulos del patos de un San Sebastián bellísimo, a la mirada de un Velázquez, cosechador de luz sobre los rostros tensos y los brazos sudorosos de un grupo de hombres. Descubríamos después la pulcritud vanguardista de la Bauhaus, para precipitarnos inmediatamente en la calidez del cine que revolucionaba la oscuridad de las salas asombradas y hasta los impulsos de una generación en transición hacia sí misma.

He reflexionado mucho después de ver esta exposición y he llegado a pensar que, quizá, sería conveniente bucear más en nuestro pasado y recuperar, sin sesgos políticos ni tendenciosas estupideces clientelistas, todas estas joyas que forman parte de nuestras raíces y que el lodo de la historia ha dejado sepultadas bajo nuestros pies, privándonos de su riqueza y encegueciéndonos ante nuestro destino.

Yo, por mi parte, desde ese momento coloqué a Antoni Arissa entre esos nombres sagrados de la fotografía, como Richard Avedon, Man Ray o Ansel Adams, que han nutrido mi mirada y me han enseñado a observar, a interpretar y a sentir una época, una situación o un instante, con la sabiduría de los hombres universales.

"Arissa. La sombra y el fotógrafo, 1922-1936"
Espacio Fundación Telefónica
De 4 de junio a 14 de septiembre
C/ Fuencarral, 3
28004 Madrid