Aquí reproduzco el primer relato por entregas que he publicado íntegramente en Facebook. Ha sido una experiencia extraña, deshilvanada y sin embargo coherente, que me ha resultado extrañamente natural. Ahora, al publicarlo todo junto, veremos el resultado. ¿Su título?: "Sin rastro":
No fue fácil ser joven en un
mundo crepuscular, rodeado de sombras, bañado por una música procedente del
otro lado del océano que despertaba evocaciones inquietantes. No fue fácil
inventarse una vida sobre los escombros
de las guerras que asolaron Europa y la dejaron reducida a la
incertidumbre del pan diario. (05/12/2016)
Pero lo más difícil fue
sobrellevar el estigma de las cicatrices que atravesaban sin orden su nariz, su
boca, su mentón y su alma, separándolo para siempre de Dios y de los hombres. (6/12/2016)
“En cierto modo estoy deseando
que se acabe. – Pensó – Pase lo que pase después, incluso si no ocurre nada,
será mejor que esto” – Se dijo cuando el médico se disponía a inyectarle de
nuevo aquel líquido que incendiaría sus venas. (9/12/2016)
Pero su cuerpo seguía luchando
sin su apoyo como había hecho siempre, incluso cuando reventó el obús en el
patio de la escuela dejándole el cuerpo infantil desgarrado, empapado de sangre
y lluvia sobre la tierra helada. Incluso cuando perdió el deseo de luchar y se
resignó a tener una vida gris y vacía, tras el mostrador de una mercería opaca,
afín al régimen y a las buenas costumbres. Incluso cuando la perdió a ella,
que había sido su único amor, y tuvo que navegar entre la soledad y el terror a
las lástima que veía asomarse en los ojos de la gente. (10/12/2016)
Él, que había pasado por todas
las fases de la rebeldía, que había abjurado de Dios y de la iglesia, que había
comprado libros clandestinos en El Rastro y los había leído con un cierto
temblor emocionado, durante largas noches de insomnio. Él, que deseó ser un insurrecto
y se convirtió en un cobarde entumecido, se encontraba ahora, defraudado,
pendiendo de los abismos de la muerte. (13/12/2016)
Qué más podría hacer. Todo estaba
perdido. Ahora lo entendía. Había despreciado todas las oportunidades, había
ido ignorando cada una de las salidas que se habían presentado a ambos lados
del corredor de su vida, por miedo, por comodidad o por impericia. Se había
dejado llevar hasta donde ahora se encontraba. Sólo, olvidado por unos y por
otros, abandonado en el último segundo, frente a un crucifijo que lo miraba con
su irónica resignación de madera desde la pared de enfrente. (19/12/2016)
El reloj en su muñeca dio un latido largo, elástico y gomoso y durante ese tiempo se llenaron por última vez sus pulmones y algo pequeño, imperceptible, se desprendió de su cabeza, liberándose para siempre como la hoja de otoño que cae y vuela y se descompone fertilizando la tierra con su ausencia.
No fue doloroso. Apenas tuvo tiempo de comprender lo fácilmente que se atraviesan las fronteras de la vida en ese instante estático en el que comenzaba a desaparecer para siempre. (30/12/2016)