Estoy orgullosa de los profesionales que cuidan de nuestra salud en este país, en mi país. Estoy orgullosa de tener un servicio sanitario público, potente y justo que con el enorme esfuerzo que están haciendo médicos, enfermeras, auxiliares, técnicos de laboratorio (sin olvidar a los servicios de limpieza, seguridad, y alguno más que por desconocimiento dejaré en el tintero y a los que pido desde aquí disculpas) lograrán hacernos salir de esta crisis sanitaria. Estoy orgullosa del espontáneo homenaje que cada día damos a estos profesionales desde las ventanas y balcones de todo el país. Estoy también orgullosa de esos otros profesionales, los científicos anónimos, que se están dejando la vida buscando curas y vacunas para erradicar esta pandemia.
Pero una vez dicho todo esto me gustaría que reflexionáramos sobre un detalle: Cuando todo esto pase, que pasará, cuando la normalidad vuelva, más o menos, a nuestras vidas ¿no tendríamos que pensar de nuevo sobre quiénes deberían ser nuestros referentes sociales, quiénes deberían ser las estrellas bien pagadas, quiénes deberían tener nuestro respeto y admiración? ¿No deberíamos inculcarnos a nosotros mismos y a nuestros hijos que los verdaderos héroes no son los futbolistas “galácticos”, los cantantes famosos, las estrellas de cine, los grandes empresarios, y los millonarios que viven en sus palacios de cristal?
Por lo tanto os pido a todos que, cuando todo esto pase, sigamos estando orgullosos de nuestra sanidad pública, de nuestros profesionales de la salud, de nuestros anónimos y silenciosos científicos, de nuestras fuerzas y cuerpos de seguridad del estado que están patrullando las calles y cazando a “graciosillos” que pueden estar contaminados y a los que les importa muy poco contagiarlos y contagiarnos. Que sigamos estando orgullosos de la labor social y silenciosa que hacen muchas personas durante estos días para seguir dando de comer a los excluidos. Que sigamos estando orgullosos de los artistas que están dando conciertos gratuitos desde sus casas, de los escritores e intelectuales que están poniendo a disposición de sus seguidores textos de forma gratuita; de las instituciones que están poniendo a disposición del gran público plataformas para que podamos seguir viendo teatro, opera, cine. También espero que sigamos estando muy orgullosos de los dependientes, reponedores, cajeros, agricultores y ganaderos, panaderos y transportistas que con su esfuerzo están logrando que llegue el pan a nuestras casas todos los días. Y del resto de los trabjadores públicos, tan denostados, que siguen trabajando desde casa dando clases on-line a sus alumnos, adaptándose a estas nuevas necesidades; o desde Ministerios, ayuntamiento y consejerías, gestionando todo ese trabajo silencioso que requiere que, en una crisis como ésta, no quede todo parado, detenido, estancado.
Seguramente en esta enumeración se me habrán pasado por alto muchos profesionales imprescindibles a los que no he nombrado, como los que mantienen las redes tecnológicas para que se puedan seguir dando clases o trabajando a distancia y que no por mi desconocimiento son menos importantes. Sin embargo, cuando pase todo esto, que pasará. Tendremos una nueva oportunidad para que aprendamos a juzgar a los demás no por lo que ganan ni por lo que tienen, no por el número de personas que los siguen en Twitter o Facebook, no por su éxito mediático o por su forma de vestirse o maquillarse, sino por lo que realmente aportan a la sociedad. No nos olvidemos de que, sin todas esas personas que hacen trabajos básicos, trabajos imprescindibles para el sostenimiento de una vida en común, esta sociedad no podría existir.