Veinte años. Han pasado veinte años desde que todo el mundo mantuvo la respiración, pendiente de las pantallas y de las radios. Congelados ante la sorpresa y el horror por los atentados en territorio norteamericano. Una línea de plomo separó el antes y el después. Un terrible puño destructivo extendió una guerra interesada e infructuosa que se ha saldado con más radicalismo y menos seguridad.
Veinte años. Como dice el tango, no son nada. Pero son los suficientes como para recoger la cosecha del odio. Como para presenciar la inutilidad de la venganza. Como para ver florecer las semillas del dolor, de la incomprensión y de la arrogancia herida.
Veinte años. Y otra guerra perdida que la propaganda Hollywoodense no podrá maquillar con películas heroicas, ni con bandas sonoras emocionales que oculten la vergüenza de abandonar un país destrozado y furioso, deseoso de revancha y de sangre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario