martes, 16 de agosto de 2011

Juan (Relato nº 199)

Bill Brant


Dedicado a Juan María



- ¿Has visto lo hermoso que se ve el atardecer desde aquí? – Dice ella mirando la mar.

Él está sentado a su lado, en paz. Hace tiempo que no se siente tan tranquilo, ni tan ligero, ni tan feliz.

- Me gusta el mar – dice con su voz de trueno. Las grandes pestañas negras agrandando la mirada infantil.

- Lo sé – dice ella – siempre te gustó, desde pequeño, aunque entonces estabas demasiado atareado jugando como para darte cuenta.

- También me gustan las procesiones de Semana Santa y el vino y, sobre todo, estar con mis hijos y con mis nietos y con Elena, mi Elena. – Se queda un segundo en silencio - ¡Todo un carácter! – añade con esa mansedumbre que se le pone en el gesto cuando habla de ella.

Su acompañante sonríe. El sol parece haberse quedado suspendido en el cielo, como si no quisiera esconderse definitivamente en este nuevo atardecer del mes de agosto.

Juan suspira, mira de nuevo hacia el mar, piensa en los momentos que ha pasado también con sus amigos y ríe de nuevo, haciendo que su vientre generoso se mueva. Quiere decir algo que se le ha pasado por la imaginación, pero ya se sabe que, a veces, las palabras se le quedan agarradas a los labios cerrados y voluntariosos durante unos segundos antes de poder salir.

- Los echaré de menos – logra decir al fin.

- No lo creo – le contesta ella – porque todos estarán siempre contigo, igual que tú nunca dejarás de estar con ellos.

- ¿Ha llegado ya la hora? - Pregunta Juan tranquilo, con esa rotundidad que siempre ha tenido, con esa serenidad que ha derramado entre los que le conocen bien.

- Sí, ha llegado – Ella extiende sus grandes alas blancas y le toma de la mano, y su gran cuerpo de hombre vuelve a ser pequeño, como cuando era un niño, y vuela libre y feliz hacia el cielo, tal vez hacia una estrella, quién sabe si hacia Dios.





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