viernes, 31 de agosto de 2018

Diario para el olvido. Día 29

28 de agosto de 2018
 
Ella ha vuelto. Me siento feliz. Soy un imbécil.
 
Anoche, cuando me marchaba a la cama, se encendió la luz y me quedé paralizado, hipnotizado delante de la ventana como un discapacitado cinematográfico anclado a mi inmovilidad.
 
Durante un tiempo la vi deambular encendiendo ventanas como puentes tendidos sobre la negrura de la calle. Esa evolución entre habitaciones me mantuvo alerta. Son hermosas las rutinas ajenas. Uno no es consciente de la cantidad de cosas que se hacen sin pensar. De las veces que se rasca, por ejemplo, la cabeza o que revisa la puerta antes de cambiarse de ropa para irse a dormir. Uno no es consciente de cuántas cosas puede descubrir de nuestras vidas un observador bien entrenado.
 
Sí, hay un pellizco fino, sutil, de culpabilidad en mí. Reconozco que contuve el aliento temiendo  que al regresar al salón encendiese el televisor y se diluyera la magia del primer encuentro, pero no fue así, no me defraudó. Encendió la lámpara que ha colocado junto al sillón, se sentó como si iniciase una ceremonia, abrió un libro que desde la distancia me pareció nuevo y luminoso y, con un suspiro, como si hubiera contenido la respiración antes de sumergirse en un fluido imaginario, comenzó a leer. Fue un momento de una belleza infinita. Uno de esos momentos que me hubiera gustado retener para siempre en el papel imborrable de una fotografía.
 
¿Estoy enfermo? No puedo saberlo, pero me satisface la seguridad que me aporta este anonimato cobarde y me estimula la promesa de que esta comunión secreta pueda seguir produciéndose entre nosotros durante mucho tiempo.
 
G.M

Diario para el olvido. Día 28

27 de agosto de 2018

Se apagó la voz, se apagó y sólo las infieles copias enlatadas de su luz nos ayudarán a sobrellevar su ausencia. Éste año, como todos los demás, está siendo un sendero de nombres perdidos que van conformando la senda hacia mi propia desaparición. Poetas, científicos, escritores y un eterno elenco de seres anónimos me precederán y me sucederán en una rueda sin fin. Muchos de ellos dejarán una huella que irá diluyéndose con el tiempo, algunos, una pequeñísima minoría lograrán sobrevivir para siempre, el resto moriremos definitivamente sin dejar a nuestra espalda más que el humo polvoriento del olvido.
 
Pero al menos hoy, tal vez durante unas semanas o unos meses, los discos de Aretha Franklin volverán a escucharse con pasión. Habrá quién visualice vídeos de YouTube para saber de quién hablan los periódicos. Incluso algunos de ellos, conmovidos por ese torrente de energía y de voz, seguirán escuchándola hasta el final de sus días. Pero la mesura del tiempo humano es tan breve, tan limitada, tan miope, que algún día también ella morirá para siempre. Entre tanto me consolaré escuchándola en soledad, mientras las páginas de mi propia memoria se deshojan en recuerdos a los que ella puso banda sonora alguna vez.
 
G.M.

Diario para el olvido. Día 27

26 de agosto de 2018
 
Estuve toda la noche esperando, pero ella no volvió. La casa permaneció amortajada, como un animal herido que apenas respirara. Me sentí traicionado. Soy un estúpido, pero añoraba esa mirada lenta sobre las líneas, esa serenidad del que no sabe que está siendo observado. Esa fatiga suave del "voyeur" que no quiere rendirse al sueño y perder unos segundos de otras vidas.
Tuve la absurda impresión de que algo surgía entre nosotros. Erotomanía de los pobres. Claudicación de los solitarios.
Pero la vida continúa y mi soledad sigue siendo la misma, pétrea, infranqueable, robusta como un tronco milenario. Cultivada con el esmero de los tristes.
Termino de escribir estas líneas y me marcho. Pasearé los últimos días de este mes sonámbulo antes de que la rutina enfervorecida vuelva a poblar las calles. Recorreré una vez más los senderos del parque, de nuevo con un libro entre las manos, y seré yo entonces el ser observado, el hombre solitario bajo el tilo, la criatura extraña que desfonda las páginas leonadas de algún autor perdido del que ya nadie o casi nadie sabe nada.
El mundo sigue, devorador, cabalgando su apisonadora.
 
G.M.

domingo, 26 de agosto de 2018

Diario para el olvido. Día 26

25 de agosto de 2018

Hoy me la he encontrado en la calle. Ella iba deprisa, con su bolso rojo bajo el brazo y un gesto decidido. No quedaba en ella rastro de la placidez de la noche anterior. Me pregunté si volvería a sentarse en silencio con un libro nuevo entre las manos y, aquí estoy, a oscuras, escribiendo a la luz que se filtra desde la farola mientras la espero. 
Siento que ha nacido algo entre nosotros. Siento que no ha sido una casualidad que ayer la viese, de madrugada, despierta solo para mi.

G.M.

Diario para el olvido. Día 25

24 de agosto de 2018

He pasado toda la noche en vela. El aire que entraba por la ventana era fresco e invitaba a disfrutar. A mi lado, a un volumen apenas audible, han ido desgranándose algunas obras de Händel. Por unas horas he sido completamente feliz. 
Al otro lado de la calle fueron apagándose lentamente las luces sofocadas. Una mujer leía en silencio, ungida por esa paz excluyente que rodea a quienes vuelan hacia el interior de su imaginación mientras el mundo a su alrededor desaparece.
Hay un goce único en la contemplación anónima. Una energía que invita a elucubrar sobre la vida de aquellos a los que observamos y de los que no sabemos nada. 
La música crecía y me envolvía llevándome a construir una vida en torno a la desconocida que apuraba con sed, con desazón, las últimas páginas del libro. Al terminarlo la vi respirar profundamente, cerró el volumen sobre sus rodillas, acarició las tapas y se lo llevó al pecho. Estuvo así apenas unos segundos. Luego, como si hubiera despertado de un sueño, tendió la mirada a través de la ventana, pasando de largo sobre mi, que seguía a oscuras, invisible, como un cazador emboscado, con el corazón agitado y la imaginación desbocada.
Poco después se levantó, ligera aún de realidad, apagó la luz y se perdió en el laberinto minúsculo de su apartamento dejándome solo con la noche.


G.M.

sábado, 25 de agosto de 2018

Diario para el olvido. Día 24

23 de agosto de 2018

Las páginas de este cuaderno se van llenando. Aún no sé con certeza para qué escribo en él. El mundo que me rodea sigue siendo tan extraño para mí como siempre: no lo entiendo y él no me entiende a mí. En una sociedad tecnificado y moderna el aire sigue oliendo a combustible, aún existen personas marginadas y el poder y el dinero continúan en manos de unos pocos. Involucionamos como especie. 
Me siento como un observador pasivo, a menudo impotente. Veo a los hombres al servicio de sus mascotas, agachándose para recoger sus excrementos, permitiendo que orinen sobre ruedas, aceras y fachadas de forma que toda la ciudad huele a retrete sucio, especialmente en verano.
Veo jóvenes y ancianos encadenados a sus teléfonos móviles, cruzando las calles sin mirar, afanándose por fotografiar cualquier cosa. Veo un mundo infantil e inmaduro que se está dejando arrastrar al precipicio a golpe desconexión del pensamiento. 
Estoy seguro de que pronto todo se precipitará en una especie de revolución en la que entraremos en un bucle distópico que ya hemos asumido mucho antes de que llegue.
Escucho a los gurús de tertulia gritar consignas desesperadas en pro del salvamento del planeta, pero nadie dice que el planeta nos sobrevivirá, invadido de plástico, con una atmósfera irrespirable, sí, pero libre por fin de nosotros, semidioses con complejo de inferioridad, caníbales irreflexivos, bestias de inteligencia limitada y estupidez en expansión.


G.M.

jueves, 23 de agosto de 2018

Diario para el olvido. Día 23

22 de agosto de 2018


Silencio. Nada nuevo que decir salvo que hoy también será un día largo, repetitivo y sin sentido. 

G.M.

martes, 21 de agosto de 2018

Diario para el olvido. Día 22

21 de agosto de 2018


Cada vez me resulta más difícil sobrevivir sabiendo que la vida no es más que una sucesión de acontecimientos que sólo nos conduce hasta la muerte. 

lunes, 20 de agosto de 2018

Diario para el olvido. Día 21

20 de agosto de 2018

Comienzan a llegar los primeros renegados, con la mirada baja y la piel bronceada. No se resignan al regreso y siguen luciendo sus pantorrillas peludas y sus vestidos playeros, pero les pesan las piernas y tienen agujetas en las rutinas. La ciudad los ignora y ellos se sienten ajenos, como intrusos que pisan cautelosamente una frontera minada. Ya pasará. En un par de días serán ellos los que desgarren la pereza de los recién retornados con largos claxonazos rencorosos. Y la vida volverá a ponerlos a todos en la rueda de las bestias que mueven un mundo del que no saben nada.

G.M.

Diario para el olvido. Día 20

19 de agosto de 2018

Leo la prensa. En Alemania retumban de nuevo tambores fascistas sobre unas templadas condenas que parecen avivar el fuego.  El tiempo y la historia son cíclicos. La mejor manera de manejar al pueblo es tenerlo drogado con las redes sociales, las plataformas de entretenimiento y los programas basura. La mayoría se deja llevar para evitar el dolor. La conciencia es un lastre demasiado pesado. 
Aquí, en España, jugamos a la historia, a la revisión de la historia, pero en realidad nadie quiere profundizar en lo que ocurrió, en cómo y por qué ocurrió. Unos piensan que se quiere reescribir el pasado, otros quieren reconocimiento, o tal vez asunción pública de culpas. Quién sabe, si ya no vive casi nadie de los que sufrieron la muerte y la vergüenza. Víctimas y victimarios deberían reconocerse públicamente, mirarse a los ojos, perdonar y perdonarse, pero hay corrientes más interesadas en el enfrentamiento que en la cura.
El mundo se mira insistentemente en los años negros del siglo pasado, fascinado por el avance de aquellos totalitarismos, por la potente máquina de guerra Alemana, por el marketing nazi y el poderoso discurso italiano, por el rotundo sectarismo miope de
Franco.
Qué triste me parece todo. Escucho conversaciones incomprensibles y a mi vez los que me oyen no me entienden. Soy un sujeto perdido entre líneas, un espécimen perdido entre generaciones que ve el mundo desde un prisma tan distinto que nadie le comprende, salvo este diario intruso que me deja hablar y nunca me interrumpe.


G.M.

sábado, 18 de agosto de 2018

Diario para el olvido. Día 19

17 de agosto de 2018

Todo sigue igual. Mi vida, la política, la decadencia mundial. Agosto se arrastra sin muchas esperanzas hacia el horizonte del otoño. Los publicistas torturan a los niños y a los padres con las campañas de venta de material escolar. Los abuelos temen la llegada del invierno y del frío del que no podrán defenderse encendiendo la calefacción, demasiado costosa para sus exiguas pensiones.

A la sombra de la plaza tomo una cerveza que me redime del presente y del futuro. El sol atraviesa las hojas cansadas arrancándoles el último verdor antes de agostarlas.
Me gustaría detener el tiempo justo aquí, ahora, cuando algo muy parecido a la paz, quizá un esbozo de felicidad, me acaricia sutilmente a pesar de todo.


G.M.

viernes, 17 de agosto de 2018

Diario para el olvido. Día 18

16 de agosto de 2018

Hay hordas de personas perdidas. Gente que deambula más que viaja, que se sienta en los bancos y mira, sin saber qué hacer ni dónde ir. Hay gente que pretende entender el mundo sin haber leído nunca nada, sin saber dónde ni cómo llegamos hasta hoy. Gente que pretende estar viva pero que en realidad vegeta inútilmente consumiendo oxígeno y despilfarrando recursos. Los escucho. Se ríen de todo, de todos.  Pasean su mirada bovina por encima de los ciudadanos laboriosos que se dirigen al trabajo, a la escuela, a sus casas. Los observan como si no pudiesen abarcarlos, como si fuesen capaces de saber cómo son sus vidas o sus inquietudes, pero dentro de unos días volverán con sus maletas tumefactas a sus países sin tener más recuerdo que una proverbial resaca de incomprensión y sangría.


G. M.

jueves, 16 de agosto de 2018

Diario para el olvido. Día 17

15 de agosto de 2018

Resaca. Abatimiento. Calor. La casa quema como un horno. Las ventas no repitan. El sofoco asfixia. He pasado toda la noche viendo películas lentas y bebiendo. A veces necesito envenenarme de alcohol, imágenes y de palabras. Después vomito babas de ideas que me destruyen antes de renacer. 
Tengo la piel húmeda. Me duelen los pies y las articulaciones pero aún así me siento a la mesa y escribo:

“Emilio empujó al hombre. Estaba cansado de idiotas con teléfonos móviles que se acercaban al borde del terraplén para hacerse retratos arriesgados en posturas y actitudes absurdas. Así que le ayudo a morir. Por qué no -se dijo- yo solo soy un viejo chocho, nadie me juzgará por lo que he hecho. 

Se deslizó lentamente y dejó al hombre cayendo por la ladera con su palo alargador, su mochila y esa cara de sorpresa que se les queda a aveces a los muertos. 

Cuando ya había atravesado más de la mitad del viaducto escuchó la primera voz de alarma y sonrió consciente de que ya sería demasiado tarde para el turista accidentado. 

Había sido la primera vez que había hecho algo así, pero supo inmediatamente que no sería la última y, esa certeza, le hizo rejuvenecer”.


Si. Todos querríamos alguna vez ser este Emilio. 

miércoles, 15 de agosto de 2018

Diario para el olvido. Día 16

14 de agosto de 2018

Escucho las noticias de la radio mientras me preparo la cena. He estado fuera de casa casi todo el día y ahora me llega una catarata de información sobre diferentes derrumbes y me parece estar viviendo en una de esas películas sobre catástrofes que fueron tan populares durante los años 70 del siglo pasado. El mundo tiembla abrasado por el cambio climático y por la avaricia desmedida de los poderosos. Las estructuras ceden, la gente migra en oleadas masivas pero aquí, dentro de estas cuatro paredes en las que vivo, todo sonido, toda realidad, parecen muy lejanos, ecos de un cine al aire libre que apenas nos alcanza aunque, probablemente, cuando lo haga, será demasiado tarde.


G.M.

martes, 14 de agosto de 2018

Diario para el olvido. Día 15

13 de agosto de 2018

Ayer fui al cine. Me senté en una butaca, en la penumbra de la sala y esperé, como un niño, a que comenzara la película, pero antes tuve que soportar quince minutos de publicidad ramplona y analfabeta con la que pretendieron venderme unas golosinas que me harían feliz, unos viajes en un barco que parecía una cárcel flotante en la que solo aceptasen pasajeros de bajo rendimiento intelectual; y un coche que, por los efectos beneficiosos de la producción alemana en serie, lograría librarme de todos los embotellamientos además de convertirme en un ciudadano libre y dichoso.
Después comenzó la película. No estoy seguro de recordar completamente el argumento. Incluso creo que en más de una ocasión me quedé profundamente dormido. Aunque, con la asepsia propia de la urgencia del mundo en el que vivimos, al terminar la cinta, y cuando aún comenzaban los primeros acordes de la banda sonora que da pie a los títulos de crédito, la luz de la sala se encendió violentamente y me dejó enceguecido y confuso durante unos momentos como si alguien pretendiese pillarme
con las manos en la masa en la comisión de algún delito.
En fin. Creo que no volveré a una sala de cine en mucho, mucho tiempo.


G.M.

domingo, 12 de agosto de 2018

Diario para el olvido. Día 14

12 de agosto de 2018

Esta mañana al despertar me he sentido envuelto por un cálido aroma de café recién hecho. Hacía mucho tiempo que no despertaba así, desde que Elena se narchó. Pero parece que alguien nuevo ha venido a ocupar el piso de al lado y se ha levantado temprano para poner al fuego una de esas viejas cafeteras metálicas que bombean como un corazón bien entrenado.

Por un segundo he tenido la tentación de pensar, como en algunas películas románticas, que todo lo que ha pasado en este tiempo no ha sido nada más que un mal sueño, una visita del fantasma de las navidades futuras para alertarme de mi suerte. Pero al sentarme al borde de la cama he vuelto a sentir el dolor insoportable de mis huesos y he fijado una vez más la mirada en ese pedacito de papel pintado que se despegó de la pared hace ya mucho tiempo y que ha ido doblándose hacia abajo, lastrado por el peso del abatimiento día tras día, hasta dejar un buen pedazo desnudo en la pared.

Y entonces he pensado en Emilio, ese personaje que me viene picando en los dedos desde hace unos días y que tanto me gusta. Él seguramente refunfuñaría, hablando solo, al avanzar por el pasillo hacia el cuarto de baño. Y seguiría hablando con voz enronquecida al intentar orinar dignamente a pesar de la rebeldía que tiene el cuerpo cuando todo es tan viejo que no hay articulación que no cruja ni uretra que responda a la primera.

Este pensamiento me hace sonreír. Me divierte imaginarle así, con la mano extendida sobre los baldosines amarillos y la mirada fija en salva sea la parte, esperando el milagro.


G.M.

sábado, 11 de agosto de 2018

Diario para el olvido. Día 13


11 de agosto de 2018

He estado ausente de todo, incluso de mí mismo, durante unos días. Nada me impulsaba a comunicarme, así he guardado silencio. A veces el silencio cura o, al menos, ahoga ciertos pensamientos negativos, los asfixia, los convierte en ceniza.

De vuelta en mí, me encuentro exactamente en el mismo apunto de partida. Aquellas viejas exhortaciones al disfrute de la vida que un día fueron tan míos, ahora me aburren, me parecen mantras vacíos, mensajes publicitarios para almas huérfanas de inteligencia, eslóganes cargados con venenosas mentiras: “Tú tiempo es tuyo”;  “vive tu sueño”; “Disfruta de tu libertad”; “carpe diem”...

Compramos aire y dejamos en los anaqueles olvidados del trastero las cosas que algún día realmente fueron importantes. Miro, escucho, leo todo lo que cae en mis manos y la mayoría del tiempo me aburro. Me aburre la bravuconearía de los presuntos “nuevos talentos” y la majadería de la rica burguesía que devora cualquier cosa envuelta en papel dorado.  Escucho músicas que me parecen ya escuchadas y como nuevas creaciones culinarias que me parece haber comido miles de veces antes. 

Pero la tarde languidece. Felicitémonos de que termine el día. Una jornada más, una jornada menos. Al menos la molicie del tiempo es fiel a sí misma. 


G.M.

sábado, 4 de agosto de 2018

Diario para el olvido. Día 12


4 de agosto de 2018 

Comienzo, en estas mismas páginas, un nuevo proyecto que seguramente quedará a medias pero que ha venido a mí  y no tengo más remedio que derramarlo aquí. No sé cuánto de esté personaje me representa y cuánto es fruto de la observación de los demás, pero eso ahora no importa. Procedo, pues, a anotar las primeras líneas de mi nuevo trabajo:

“Emilio iba rumiando entre dientes mientras avanzaba por la Gran Vía, cabizbajo, huraño, ceñudo. Miraba de reojo las sombras que se le iban cruzando por delante, dejándole atrás con su lentitud arbórea y su grisura de postguerra:
“Los seres humanos somos grotescos.- pensaba - Esas gordas de culos prietos en los que queda sepultada una braga fina como hilo de coser; esos hombres de traje y corbata a las cuatro de la tarde de un agosto canicular, con la respiración y la circulación retenidas; esos bebés vestidos a la moda de los peores años de la guerra y el hambre del siglo pasado, con las gomas oprimiéndoles las Inglés inocentes.
Si, los seres humanos somos grotescos. Animales salvajes jugando a la civilización. Excrecencias intelectuales dirigiendo el curso de las sociedades “modernas”, lobos vestidos de payasos que empujan a los hombres a un abismo ciego.

Emilio se detuvo, encorvado, sudoroso, recorriendo con la mirada acuosa y desventrada la fila interminable de compradores obsesivos que se formaba delante de un negocio de ropas baratas.

“Idiotas. Ganado envilecido por la avaricia de las ofertas insustanciales que los convierte en esclavos.”
Alguien le empujó sin piedad al pasar haciéndole tambalearse entre el gentío brillante de sudor y de codicia. 
Maldito trol deforme de gimnasio.

Aún no sé nada más de Emilio. No sé cuál es su historia, pero me gusta. Quién sabe, tal vez pueda capturarlo Iara siempre.


G.M.

viernes, 3 de agosto de 2018

Diario para el olvido. Día 11



3 de agosto de 2018


Hoy no tengo nada que decir. Nada que decirme. A menudo pienso en la muerte, incluso en el suicido. Juego con la idea del fin, me acuno en la felicidad de la nada, en no tener que afrontar más problemas, en no tener que volver a salir a la calle para comprar lo necesario para sobrevivir, en no tener que levantarme cada mañana para ganarme un pan que cada día me sabe más amargo. 

G.M.

Diario para el olvido. Día 10



2 de agosto de 2018

Ayer me olvidé de escribir. Fui tan feliz durante unas horas que no necesité mi dosis. Volví a encontrarme con mis viejos amigos en el café de siempre y las conversaciones fluyeron y se bifurcaron durante horas. No había sido consciente de cuánto añoraba el contacto humano hasta ayer. 
Las mismas sonrisas, más gastadas, es cierto, y la misma conexión, chispeante. Nos quitábamos la palabra, nos asombramos  de haber leído a los mismos autores, incluso de haber llegado a las mismas conclusiones. Fue una catarsis vibrante que me llevó de vuelta a los 20 años, cuando creíamos estar construyendo un nuevo mundo al otro lado de una dictadura tenebrosa. 
Sí, durante unas horas todo brilló, todo volvió a ser como antes de dejarnos ir, de permitir que muriese la esperanza avisada por la resignación y el desaliento, anegadas por las obligaciones sobrevenidas. Pero no somos tan viejos. Yo no soy tan viejo. Aún puedo vivir una vida más, tal vez la última, si, pero quizá también la definitiva, aquella para la que siempre me creí predestinado. Tal vez, por qué no, aún pueda disparar la última bala, hacer el último intento antes de desaparecer para siempre por el sumidero de la vida.


G.M.

miércoles, 1 de agosto de 2018

Diario para el olvido. Día 9



31 de julio de 2018


La televisión orina noticias insustanciales, recicladas e infladas para atraer a una audiencia adormecida por el reposo y la calima. Escucho de fondo mientras me siento a la mesa junto a un café humeante para escribir estas líneas. Un niño llora enquistado en la noche tórrida y me recuerda aquella época en la que al abrir las ventanas sedientas al aire nocturno se escuchaba el eco repetido de la única película que emitía la televisión, duplicada y aumentada de muro en muro hasta convertir todo el barrio en un cine de verano dodecafónico. Recuerdo el olor seco del asfalto y a las mujeres que baldeaban las calles y los balcones para refrescar apenas el aire denso y pegajoso. Recuerdo la sensación extraña de plenitud y de eternidad que me provocaban esas noches, olorosas a presagios victoriosos y a esperanza. Qué diferente me parece todo ahora, cuando el aséptico futuro prometido por el cine y la literatura no es más que una copia repintada de aquel pasado.

G.M.