Siempre se ha dicho que la mente humana
es un laberinto lleno de preguntas sin respuesta: ¿Qué lleva a un hombre a poner
en riesgo su salud y su vida para superar un reto personal? ¿Qué impulsa a un
científico a sacrificarlo todo para avanzar un paso mínimo en la batalla del
descubrimiento? ¿Qué empuja a alguien, cuya responsabilidad es llevar
pasajeros en el interior de un avión, a estrellarlo voluntariamente robándole
el futuro a ciento cincuenta personas?
Durante dos días he estado perpleja
escuchando y leyendo las noticias que se sucedían sobre esta catástrofe como quién
ve en la televisión una película inverosímil de Seteven Seagal, pero la
catarata de informaciones y las imágenes que se repetían en bucle en todas las
cadenas superaban con creces los argumentos retorcidos de cualquier guionistas y
ponían a prueba mi credulidad.
Yo, como ciudadana occidental, estoy
preparada para encajar la tragedia de un accidente aéreo provocado por un fallo
técnico o incluso por un error humano. También, desgraciadamente, comienzo a
acostumbrarme (aunque por supuesto me revuelvan violentamente) a los absurdos
atentados terroristas de los fanáticos que pretenden imponer a través de la
tiranía de la muerte preceptos escasamente divinos y profundamente arbitrarios,
pero me siento incapaz de imaginar qué impulsa a un ciudadano occidental, con
una vida que muchos calificarían de privilegiada, a segar la existencia de
ciento cincuenta personas de las que no conocía nada; de hombres y mujeres, de
adolescentes que apenas estaban dando sus primeros pasos autónomos en la vida,
de bebés que no habían llegado a paladear conscientemente la belleza de estar
vivos.
Seguramente espero, como casi todo el
mundo, un nuevo giro en el guión de esta catástrofe que aporte algún por qué:
tal vez un secuestro de un ser querido con el que hubieran obligado al copiloto
a inmolarse a cambio de su liberación, o una conspiración para causar dolor y
doblegar voluntades en nombre de alguna causa miserable; porque no soy capaz de aceptar que detrás de esta tragedia sólo exista el deseo de un hombre joven de dejar de vivir.