lunes, 19 de junio de 2023

Literatura


Leo. Navego una de las novelas más alabadas por la crítica oficial de los diarios de tirada nacional, por los blogueros, “expertos”, YouTubers, Instagramers y opinadores de todo cuño, pero yo me siento extraña, vacía, decepcionada. Me parece una obra repetitiva y condescendiente.  Los personajes me resultan inconsistentes. El final, que debería ser sorprendente, y al que me he ido acercando con una pereza letárgica, resulta previsible casi desde el principio. 

Siento un enorme desánimo cuando finalizo la última puntada de este tejido parcheado. No me ha gustado. No he visto las cosas que supuestamente lo hacen único. No he conectado, disfrutado o apreciado la labor creativa que se le atribuye. 

Seré yo. Serán mis prejuicios de vieja lectora. Será que no soy el público objetivo al que va dirigido. O, simplemente, es que lo he leído en el momento equivocado. Qué sé yo.

En cualquier caso buscaré enseguida otra obra con la que enjuagarme el sabor amargo que me ha dejado ésta. Tal vez un libro ya leído muchas veces. Una de esas creaciones que te devuelven la ilusión por la literatura y te borran de inmediato de la memoria el decepcionante pasado reciente.

sábado, 10 de junio de 2023

Prensa en las tripas de Madrid


Navego por las tripas de Madrid. Un pasajero entra en el vagón leyendo un periódico de tirada nacional, en papel, - no gratuito - y lo miro con una mezcla de agradecimiento y admiración. Me fijo bien en lo que lee. No está ojeando las páginas deportivas, está centrado en las noticias internacionales. Alzo la vista del papel impreso y me detengo en él: es un hombre cercano a los cincuenta años, de complexión normal. No llamaría la atención entre la multitud. Tiene el cabello canoso y una barba bien recortada. Viste pantalón vaquero y un chubasquero discreto, de color azul y, sin embargo, por unos minutos se ha convertido en un ser excepcional en este nuevo mundo en el que en el metro se ven películas, vídeos de Tik Tok y mensajes de WhatsApp; en esta realidad distópica en la que primero nos regalaron las noticias, luego nos las tradujeron a través del púlpito de Internet para, finalmente, volvernos a cobrar por una versión más o menos fiable de la realidad.

Ya no es habitual sentir el aleteo de las páginas del periódico en las mañanas crepusculares de los cafés. Ya casi nadie dedica tiempo a leer y a reflexionar. Se prefieren los noticieros exprés con sesgos claros. La realidad versionada con la conclusión que hay que sacar de ella. En este mundo no hay tiempo para andar pensando por uno mismo, eso son cosas que deberían hacer otros; esos que tienen suficiente conocimiento, los politólogos televisivos, los  “expertos” que nadie sabe dónde consiguieron el incuestionable certificado de “sabio” en la materia.

Si, navego las tripas del metro y observo al único pasajero que lee un periódico de pago, de tirada nacional, y siento mucha nostalgia - quién sabe si por la edad - de otro tiempo, el mío, aquel en el que se construyó mi conciencia y mi vida. Aquel en el que el periodismo era una profesión seria y fiable que merecían el pago estipulado por sus noticias volátiles, impresas en papel, honestas, éticas  y contrastadas.