30 de julio de 2018
He revuelto desesperadamente todos los cajones, las cajas y los anaqueles de mi biblioteca para encontrar otro cuadernillo escolar hasta encontrar éste.
He revuelto desesperadamente todos los cajones, las cajas y los anaqueles de mi biblioteca para encontrar otro cuadernillo escolar hasta encontrar éste.
Tiene algunas páginas nerviosamente garabateadas, pero parecía estar esperándome sepultado en el interior de un libro de consulta sobre el arte prerománico en España. Era uno de esos cuadernos que desfloraba con pasión en el inicio de cualquier proyecto que, por supuesto, jamás llegaba a buen término.
En cuanto lo he visto me he tirado sobre él como un sediento decidido a describir a los náufragos que recorren la ciudad semi desierta ahora que los veraneantes dejan hueco a los que solo salen cuando los demás no están.
He recorrido las callejas más conflictivas y he visto que hasta los carteristas se turnan en el descanso estival y dejan a los turistas felices, paseando en ropa de playa por una ciudad que tiene la costa más cercana a más de trescientos kilómetros.
Sonrío, si, sonrió por primera vez después de mucho tiempo porque puedo decir todo lo que quiero, puedo bromear conmigo mismo, puedo divertirme ironizando sin miedo, puedo describir a los demás tal y como los veo, sin ocultarme, sin maquillar mis palabras para no ser reprimido.
G.M.