La intimidad se ha hecho pública. La pobreza es un delito. La modestia es un demérito. La ignorancia es un buen trampolín para obtener medallas.
El mundo tiembla. No llueve. La tierra desertece. Abril es junio y el verano es el erial de un desierto inabarcable.
Nadie piensa, el que piensa lo hace mal y el que lo hace bien es silenciado.
Cualquiera que opine lo contrario es enemigo. La posverdad gana batallas. La felicidad teje vacíos. Los humanos justos son idiotas. Los piratas son los héroes que nos guían. La virtud es una tara.
El tiempo se consume en horas muertas frente a pantallas abúlicas. La vida es un escaparate de presuntos triunfadores al borde del suicidio.
Somos esclavos inconscientes, peones indefensos, motas de polvo en la corriente.
Sin dinero no hay libertad. El futuro es un eslogan. Nuestros jóvenes se matan comiendo basura hasta la asfixia. Trituran sus articulaciones bajo el tonelaje del dolor encapsulado, la pobreza y la vergüenza. Atentan contra sus párvulas arterias y maceran vejeces prematuras sometidas a la urgencia de calmar la ansiedad y el vértigo a golpe de hamburguesas, papas fritas y grasas saturadas endulzadas con masivas adiciones de azúcar y glucosa.
La intimidad se ha hecho pública. Se narra cada día como si a alguien le importase.
Los libros del pasado no se leen, los nuevos se evaporan entre los dedos insidiosos de novedades exprés. Los lectores cabeceamos inseguros arando nombres sobre la arena infinita de la producción masiva. El mundo se ingiere y se vomita sin parar, construyendo fronteras, mitos, leyendas urbanas, rurales y bélicas que nadie se detiene a analizar.
Imagen: Sarilta Ban