Grandes corporaciones anónimas viven de la extorsión. Del sacrificio ajeno. Del miedo.
Caen los feudos perdidos, las tiranías inmutables, los poderes perpetuos. Pero pronto sus ruinas serán ocupadas por la dictadura financiera, como ocurrió tras la caída del Gigante Rojo.
El fanatismo religioso proyecta su sombra sobre los confines de Europa.
Las mujeres son objetivo de guerra. Doblegadas, darán a luz a los hijos de los vencedores.
Los peces mueren por centenares en el Mar Menor como si se estuviese cumpliendo una profecía milenaria.
Las pequeñas poblaciones ibéricas del interior se están quedando mudas, invisibles, despobladas. Necesitan mentes valientes que inventen un futuro para ellas. Nuevas industrias colaborativas que las saquen del silencio. Nuevas manos. Nueva esperanza.
Y mientras todo ocurre medio mundo se broncea bajo el sol. Soporta los incendios pertinaces. Las inundaciones violentas. Los terremotos. Y procura no mirar de frente hacia el futuro azotado aún por la pandemia. Por el cambio climático. Por el re equilibrio geoestratégico. Por la muerte de una era.
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