jueves, 20 de junio de 2019

El retratista



Imágenes de AndrésLópezALL
www.allfotografia.com







¿Qué hay detrás de una toma, de la captura rápida de un rostro, de un gesto, de una mirada? El fotógrafo es un obseso que busca y rastrea desde el otro lado del objetivo, que elucubra sobre su personalidad, sobre su pasado, sobre su futuro. Tiene en sus manos un material delicado: la posteridad. Cuando los hombres del futuro contemplen la figura concreta de un individuo anónimo, de un actor o de un escritor, no verán realmente a la persona sino al personaje que el fotógrafo construyó para ella.

El retratista es un psicólogo, un compositor. Es un ser sensible y fantasioso, un creador de realidades. Unas veces vende la imagen rebelde de una modelo esplendorosa, otras las arrugas concentradas de un intelectual, a veces la miseria detrás de un individuo salido de las cloacas de una sociedad que lo desprecia. El retratista es el traductor de hombres que va buscando en los demás un camino hacia sí mismo.


Palpar el mundo ajeno es un vicio interesante. Retener el tono exacto de unos iris, la forma dinámica de la luz sobre la irregularidad de la piel surcada por los gestos copiados de los padres, de los amigos, de los actores a los que admira. Acariciar con la vista, escuchar la risa para capturarla en el relampagueo implacable del obturador, proyectar la idea de una personalidad a través del tiempo y del espacio es un placer profundo que trasciende la inteligencia humana.

Paloma Ulloa

domingo, 16 de junio de 2019

Annie Leibovitz: "Women"


Polly Wettdeber
Fotógrafa: Annie Leibovitz del libro "Women"

Cuanta vida esconde un rostro, este rostro. Cuantos momentos, cuantos recuerdos olvidados, cuantos meandros de una existencia anónima y rica que dejará detrás apenas un rastro perceptible. Los ojos que retrata Annie Leibovitz son mucho más que una historia, son el hilo conductor entre una memoria humana y el observador que la palpa al otro lado de la imagen. De ellos destila la inocencia de la infancia, la rebeldía lacerante de la juventud, la calma de la madurez y la resignación latente de una vejez contra la que lucha la modelo con su pañuelo en el pelo, sus cejas perfiladas y unos labios rojos en un presente descarnado. Hay una sensibilidad estremecedora en el gris de las pupilas, una energía inconmensurable en la fibrosa longitud del cuello apergaminado, una extraña belleza en el movimiento del cuerpo que parece querer salir del encuadre, con el bolso rojo aún al hombro, como si esa donación de un segundo que concede a la fotógrafa para intentar captarla debiese de ser tan fugaz como intenso.

Se podrían escribir mil pasados para Polly Weydener. Yo la imagino trabajando en las fábricas norteamericanas, sustituyendo a los hombres que se fueron al frente a salvar a Europa de la bestia fascista mientras ella miraba de frente hacia el futuro. De sus brazos surgiría la fuerza, de su mente la entereza para soportar las ausencias. Se podrían escribir mil historias sobre esa cara surcadas de vidas y de emociones, de manchas como mapas de un tesoro que llevase hacia una sonrisa apenas perfilada, a una Gioconda anciana de un mundo sin memoria que al mira sin verla.