Pienso en dios. Pero su imagen se me escurre entre los dedos. Tiene la finura delicada de las mejores maravillas de las que es capaz el hombre y la brutalidad salvaje y sanguinaria de sus hijos.
Pienso en dios. En el dios vengativo de la Biblia y en el Cristo cálido y comprensivo que cobija y perdona; en el buen compañero de camino, beligerante con los templos y los sacerdotes corrompidos; en el hombre pobre y sucio que elevó su voz alzando a un pueblo en rebeldía.
Pienso en dios. En el silencio reverberante de sus templos. En el aroma de los cirios. En la anodina voz de un sacerdote punitivo que solo entiende de su gloria acomplejada.
Pienso en dios. Lo busco en cada uno de nosotros. Me gustaría tanto hallarlo, hablar con él, reprocharle su desidia.
Pienso en dios. La tarde languidece tan perfecta, sobre el giro insensible de la tierra, alrededor de un sol casi divino.
Real Basílica de San Isidro. León (España)