La sociedad no avanza, ni madura, ni aprende. Ayer se cumplieron diecisiete años del terrible atentado que sufrió Estados Unidos en el corazón neurálgico de la economía mundial y muchos recordaron y lamentaron lo sucedido sin siquiera avanzar mínimamente en el análisis histórico de aquel acontecimiento que desencadenó cambios importantísimos en todo el globo de los que aún no llegamos a conocer en profundidad sus consecuencias.
Entre tanto seguimos viendo a través de nuestras pantallas las figuras algo estrafalarias que repiten rituales de orgullo y dolor con una condescendencia bovina mientras el gran fantoche vomita estúpidas descalificaciones a una velocidad inconcebible. Después de cada catástrofe, de cada guerra, parece que no se podrán volver a alcanzar cotas de barbarie tan altas, pero el ser humano siempre encuentra el camino que lo conecte con su brutalidad y, una vez desencadenada la bestia, nada podrá pararla.
El caldo de cultivo comienza estar a punto. Descontento económico, grandes migraciones, represión. Huele a pólvora en el aire. El mundo se prepara en el suspiro previo al primer fogonazo. El horizonte descama anchas costras catárticas que romperán la linealidad imaginada imponiendo la única certeza que conmueve al hombre: la violencia.
G.M.
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