Los seres humanos somos máquinas imperfectas: cagamos, meamos, sudamos, eructamos, follamos, lloramos, parimos, producimos mucosidades y fluidos, almacenamos basura, contaminamos, destruimos y combatimos por placer, competimos por minucias, nos matamos por ideas y creencias insensatas, nos masturbamos pensando en fantasmas de ceros y unos, y deseamos con pasión cualquier cosa que nos parezca inalcanzable.
Si, somos bestias imperfectas capaces de razonar, aunque no siempre; capaces de creer en dios, aunque no todos, capaces de amar, sobre todo a nosotros mismos, capaces de fingir interés, ternura, placer, comprensión, solidaridad, austeridad u opulencia, sencillez o sofisticación, indefensión o invencibilidad.
Somos máquinas de orgullo y complejos; concatenación de anécdotas y vacío; territorios baldíos que se perderán con el mismo silencio anónimo con que llegamos, sin dejar siquiera el más mínimo rastro a nuestra espalda y, en cambio, vivimos de espaldas a esta gran verdad. Consumismo nuestros días como si fuésemos inmortales. Las personas hermosas creen en la belleza eterna, los ricos piensan que a ellos nunca les afectará la enfermedad ni la miseria, los inteligentes desprecian a los tontos que con su trabajo y constancia podrán un día adelantarlos. Los mediocres ejecutan a los capaces para poder reinar en sus pequeños territorios. Los enfermos aborrecen a los sanos y les desean los males del dolor y del infierno. Somos seres despreciables, criaturas enferma de dioses manipuladores y pequeños que exigen y promete pero jamás cumplen. Somos la chispa divina en el peor de sus registros. Somos, en definitiva, polvo vivo y excretante en mitad del espacio. Nada.
G. M.
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