5 de septiembre de 2018
Hacia décadas que no dormía tanto. En mis sueños, flotaba. Había atravesado la membrana de la vida y, asombrado, navegaba en un fluido prístino en el que podía percibir otras presencias aunque no podía verlas. Pero con esa lucidez asombrada de los sueños yo pensaba “Así que esto es lo que me han hurtado. Ésta es la paz que me correspondía y que me han robado con el afán absurdo de atarme a una vida que ya no es la mia, en un escenario que ya no me pertenece y en el que no deseo seguir viviendo”.
Es extraño. Para mí la muerte fue siempre la más estremecedora concreción del vacío, de la nada, el puro no ser y, sin embargo mis devaneos de viejo chocho o la química sabia del cerebro han comenzado a engañarme sutilmente para que deje de temer lo inevitable, para que prepare mi mente y mi cuerpo para el único objetivo ineludible de la vida: la muerte.
Sea, pues. No opondré resistencia como tampoco lo hice la otra noche. Al final del camino solo queda polvo de pasado entre los dedos y una pesada carga de cansancio en la mochila que cada día se hace más difícil de sobrellevar.
G.M.
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