miércoles, 19 de septiembre de 2018

Diario para el olvido. Día 42

16 de septiembre de 2018

¿Por qué? No suele haber respuestas sencillas a esta pregunta. Miro desde mi atalaya las vidas grandes y pequeñas, ambiciosas y conformitas, egoístas o generosas que parecen transitar el camino sin ver los cruces que podrían llevarlos a otros sitios. Ella lee cada noche en un soliloquio que parece hecho para mí. La pareja del piso de arriba degusta los placeres del principio derrochando caricias. Los padres del primero, sobrepasados por el cansancio y la responsabilidad, arrastran los pies como fantasmas entre tomas de biberones y cólicos de lactante. La anciana del principal parlotea animadamente con la asistenta mientras la va persiguiendo por la casa huérfana de conversaciones y de cariño.
 
¿Por qué? Esa es la pregunta. Por qué hacemos lo que hacemos y no intentamos hacer otras cosas. Por qué buscamos nuestro nicho, nuestro rincón confortable, aunque sea triste, solitario o aburrido, aunque no nos satisfaga ni nos haga sentirnos vivos, y nos quedamos en él, y no rompemos los muros y miramos lo que hay más allá. Por qué el hombre se convierte en una mascota en vez de en un ser rebelde a la altura de sus capacidades. Por qué la gente acepta que todo lo que les rodea es como debe ser y no puede ser cambiado. Por qué hemos admitido que éste mundo es el mejor posible. Por qué cada mañana se encienden las mismas luces en las ventanas. en la misma sucesión, y que me miran desde el otro extremo de la calle, a la misma hora,  repiten las mismas rutinas de autómata, escuchan la misma cadena de noticias, se duchan con el agua a la temperatura acostumbrada y degluten el mismo desayuno. Por qué es tan difícil cambiar, por qué es tan fácil resignarse, como yo, a una vida prescindible.
 
¿Por qué? Podría encadenar un sinfín de preguntas partiendo de esta premisa. Podría plantearme, por ejemplo, por qué el hombre se ha perdido cuando perdió a los dioses que le constreñían y le dominaban. Por qué en un mundo en el que se puede ser igual, en el que las leyes protegen esa igualdad, cada día somos más distintos. Por qué en vez de encontrar los puntos de conexión con aquellos que nos rodean buscamos, instintivamente, las fricciones que nos enfrenta: hombres/mujeres; occidente/oriente; derecha/izquierda; blanco/otros; mío/tuyo; y así hasta que todas las posibles contraposiciones pudiesen exponerse en un continuo casi infinito de posibilidades. Por qué no somos capaces de mirarnos a los ojos y de comprender la duda o la razón en el otro. Por qué todos creemos que lo que nosotros elegimos o heredamos es, indiscutiblemente, lo mejor.
 
¿Por qué?

G.M.

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