Entre la puerta y el marco he encontrado una carta. No me divierten estos juegos. Ya no tengo paciencia para ellos. Alguien quiere hacerme creer que se preocupa por mí. Resulta patético.
No he llegado a leer el mensaje, para qué. Realmente no me interesan las patrañas que pueda contener. He dejado el sobre ostensiblemente olvidado junto a la puerta. No quiero generar malos entendidos.
El apartamento huele a café. Hace tiempo que disfruto de nuevo de este placer prohibido. He comprado, además, una nueva pipa y tabaco fragante con el que envenenarme dulcemente mientras espero. Creo que nunca me había sentido tan vivo. Por otra parte estoy dilapidando buena parte de mi pensión en comprar esos libros que siempre me había prohibido para poder llegar a fin de mes. Ahora ya no me importa dejar deudas. Tengo una tarjeta de crédito que no había utilizado nunca y mi pequeña reserva para los imprevistos ya no crecerá más. Ha llegado el momento de cosechar. Ha llegado el momento de dejarse ir con todas las comodidades.
Este mundo apático me mira como si fuese un estorbo, pero en realidad es el mundo el que me estorba a mí: no comprendo sus exigencias fatuas; no me gustan sus pulsiones desintegradoras; no entiendo ni quiero entender la modernidad tecnológica que empuja al pueblo al marasmo y el vacío.
He decidido que no quiero sobrevivir, lo que quiero es vivir el tiempo que me quede con la conciencia permanente de estar consumiendo y usando mi herencia vital. No quiero que me prolonguen la existencia en una cama de hospital ni que me optimicen, como a una máquina, sobre medicándome para mantenerme vivo pero sin esperanza. Me horrorizan los viejos de mirada resignada que recorren las calles como fantasmas descarnados, con la mirada vacía y el tiempo flácido flotándoles en torno como un hedor.
Abro la ventana, me siento y enciendo mi pipa. El humo crece en volutas aromáticas, impregnándolo todo. Un poco de viento casi otoñal lo empuja. Frente a mí, la eterna comedia de la vida se representa igual a sí misma. Ahora que soy un espectador consciente comprendo cómo despilfarramos nuestro tiempo. El mundo es un bucle absurdo en el que las vidas se suceden sin descanso y sin esperanza, en una carrera hacia el final que nos condena para siempre.
G.M.
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