31 de julio de 2018
La televisión orina noticias insustanciales,
recicladas e infladas para atraer a una audiencia adormecida por el reposo y la
calima. Escucho de fondo mientras me siento a la mesa junto a un café humeante
para escribir estas líneas. Un niño llora enquistado en la noche tórrida y me
recuerda aquella época en la que al abrir las ventanas sedientas al aire
nocturno se escuchaba el eco repetido de la única película que emitía la
televisión, duplicada y aumentada de muro en muro hasta convertir todo el barrio
en un cine de verano dodecafónico. Recuerdo el olor seco del asfalto y a las
mujeres que baldeaban las calles y los balcones para refrescar apenas el aire
denso y pegajoso. Recuerdo la sensación extraña de plenitud y de eternidad que
me provocaban esas noches, olorosas a presagios victoriosos y a esperanza. Qué
diferente me parece todo ahora, cuando el aséptico futuro prometido por el cine
y la literatura no es más que una copia repintada de aquel pasado.
G.M.
G.M.
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