19 de agosto de 2018
Leo la prensa. En Alemania retumban de nuevo tambores fascistas sobre unas templadas condenas que parecen avivar el fuego. El tiempo y la historia son cíclicos. La mejor manera de manejar al pueblo es tenerlo drogado con las redes sociales, las plataformas de entretenimiento y los programas basura. La mayoría se deja llevar para evitar el dolor. La conciencia es un lastre demasiado pesado.
Aquí, en España, jugamos a la historia, a la revisión de la historia, pero en realidad nadie quiere profundizar en lo que ocurrió, en cómo y por qué ocurrió. Unos piensan que se quiere reescribir el pasado, otros quieren reconocimiento, o tal vez asunción pública de culpas. Quién sabe, si ya no vive casi nadie de los que sufrieron la muerte y la vergüenza. Víctimas y victimarios deberían reconocerse públicamente, mirarse a los ojos, perdonar y perdonarse, pero hay corrientes más interesadas en el enfrentamiento que en la cura.
El mundo se mira insistentemente en los años negros del siglo pasado, fascinado por el avance de aquellos totalitarismos, por la potente máquina de guerra Alemana, por el marketing nazi y el poderoso discurso italiano, por el rotundo sectarismo miope de
Franco.
Qué triste me parece todo. Escucho conversaciones incomprensibles y a mi vez los que me oyen no me entienden. Soy un sujeto perdido entre líneas, un espécimen perdido entre generaciones que ve el mundo desde un prisma tan distinto que nadie le comprende, salvo este diario intruso que me deja hablar y nunca me interrumpe.
G.M.
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