martes, 12 de agosto de 2014

Todos llevamos en nuestro interior un lector ávido


Autor desconocido

La lectura es un entretenimiento gozoso y, desde luego, un camino hacia la cultura y el conocimiento pero, lamentablemente, muchos niños llegan a ella únicamente a través de la escuela y carecen de la delicia de escuchar cuentos antes de dormir, del privilegio de encontrarse rodeados de adultos que amen los libros, o de descubrir una biblioteca o una librería hasta que se enfrentan con la obligación inexcusable del aprendizaje.

Por otra pate, estoy convencida de que los maestros intentan atraer a sus alumnos hacia las páginas escritas, y nunca como ahora se han podido encontrar ediciones tan bellamente ilustradas que pretenden seducir tanto a los niños como a sus padres, pero aún así, frente a otros divertimentos más sencillos e inmediatos (y a menudo también más económicos), el libro queda muchas veces relegado.

Es cierto que los niños que ven leer a sus padres, que escuchan cuentos desde que apenas saben hablar, se acercan con curiosidad a los libros que los rodean, los abren, los miran, los pintan incluso, intentando interactuar de alguna manera con ellos y se adaptan a su tacto y a su presencia de la misma manera que casi todos son capaces de jugar con una pantalla táctil o manejar el mando a distancia de un televisor o de un reproductor de vídeo. Pero también es verdad que los adultos tendemos a mantener a nuestros hijos en permanente actividad para huir de la terrible y amenazadora frase: “me aburro”, que nos lanzan como un reproche. Sin embargo ¿no sería necesaria una cierta dosis de aburrimiento para que se sientan inclinados a explorar de nuevo esos juguetes que se amontonan en una estantería; para imaginar aventuras increíbles; o para acercarse a un libro?

A menudo los padres preocupados por el rechazo de sus hijos hacia la lectura intentan llevarlos a la biblioteca, compran los títulos de moda que leen sus amigos, incluso los amenazan con castigos o los incentivan con recompensas, sin éxito, y se preguntan qué han hecho mal. No hay que frustrarse, puede ser que nuestros hijos no hayan tenido aún la fortuna de acertar con el texto que habla de esos temas que les interesan, o que les falte o les sobre madurez para enfrentarse a una obra, o sencillamente, que aún no haya llegado su momento, pero hay que estar siempre receptivo y admitir que no hay libro menor, que cualquier historia, cualquier novela, cualquier cómic, puede ser la llave que abra la puerta de la literatura a un niño, a un preadolescente, a un adolescente y hasta a un adulto. 

No hay edad para comenzar a leer por placer, como no hay edad para seguir aprendiendo y por eso recomiendo a los padres que se preocupan por el desinterés de sus hijos hacia la literatura que no bajen nunca los brazos y que sigan intentándolo (sin imposiciones ni reproches) con la misma paciencia con la que les enseñaron en su día a comer la fruta triturada o a lavarse los dientes, porque todos llevamos en nuestro interior un lector ávido, sólo hay que encontrar el camino para llegar hasta él.

Paloma Ulloa




miércoles, 6 de agosto de 2014

El problema de Israel.




Israel sigue dejando caer su lluvia de fuego sobre Palestina. Día tras día el número de muertos aumenta irresponsablemente arrastrando tras de sí una larga lista de niños aterrorizados, mutilados y traumatizados que serán el caldo de cultivo del que surgirán, forzadas por la miseria y la ignorancia, las nuevas generaciones de fanáticos que decidirán morir por la libertad de su tierra y por su Dios.

Y, entre tanto, el lector de diarios del mundo en calma ya casi ha olvidado que, si no recuerda mal, esta ofensiva comenzó como respuesta a los asesinatos de tres adolescentes hebreos que resultó que no habían sido cometidos por palestinos radicales. Pero tal vez las cosas ya habían llegado demasiado lejos como para poder rectificar y ahora, la servil dependencia económica y geoestratégica de las democracias occidentales (los ojos de un aliado en esa zona pueden servir para controlar a un enemigo generalmente imprevisible y profusamente dividido) obligaba a lanzar tibias reprobaciones desde una Europa en decadencia y desde una Norteamérica demasiado comprometida por sus negocios con Israel.

Sin embargo el pueblo hebreo, que ha experimentado en carne propia que la única manera de lograr que todo su país apoye un exterminio es transmitir a sus ciudadanos que el enemigo es un ser inferior, una bestia que sobrevive, cueste lo que cueste, hacinado entre la suciedad y azotada por el fanatismo, continúa su ofensiva aplastante y su campaña mediática, enarbolando la bandera de la justicia y sacralizado por la mano del único Dios verdadero, frente a los "terroristas bárbaros que quieren robarles la patria".

Pero ¿Qué deberíamos hacer nosotros que observamos, desde la calidez de nuestros salones, cómo avanza la locura que llena de cadáveres de niños nuestros telediarios y que convierte, de nuevo, las tensiones de Oriente Próximo en un polvorín que nos podría estallar en la cara? Tal vez tendríamos que reflexionar un poco sobre cómo llegó a existir Israel como país para conocer el origen de esta furia homicida que enfrenta a dos pueblos mucho más emparentados entre sí de lo que ellos mismos estarían dispuestos a admitir.

Algunos datos históricos:

Durante la Primera Guerra Mundial los británicos logran arrancar a los Otomanos el poder sobre el Próximo Oriente.

En 1916 se firma el acuerdo Sykes-Picot sobre la reparación de la Turquía asiática entre Francia e Inglaterra; Inglaterra se reserva Palestina e Irak; Francia Siria y Líbano. Este acuerdo contradice las promesas inglesas hechas tanto a árabes como a judíos.

A partir de 1933 la presión migratoria judía aumenta constantemente. En 1939 un tercio de la población en la zona y el 12 % del territorio están en manos judías. Aumenta la oposición árabe, económicamente atrasada y políticamente dividida.

Entre 1936 y 1939 se desarrolla una guerra civil en la que la administración británica apoya, alternativamente, a los partisanos árabes y al Haganah judío.

En 1937 se presenta el plan PEEL de partición, rechazado tanto por los árabes como por los judíos.

En 1939 el gobierno británico presenta el Libro Blanco en el que se dan concesiones a los árabes: se limitan las migraciones judías y las adquisiciones de tierras y se toman medidas contra el terrorismo contra la población árabe.

En 1942 una brigada de voluntarios judíos lucha en la Segunda Guerra Mundial en las filas del ejército británico. Pero tras la guerra Inglaterra continúa con su política de bloqueo del transporte clandestino de inmigrantes judíos y de protección a los árabes expuesta en el Libro Blanco. Se producen repatriaciones forzosas de judíos y se abrieron campos de concentración para la inmigración irregular en Chipre. Como consecuencia surgen el terrorismo judío y el contraterrorismo árabe.

En 1946 una comisión angloamericana presiona para que se abran las fronteras a 100.000 inmigrantes judíos. Desde Inglaterra se intenta solucionar el problema en la conferencia sobre Palestina celebrada en Londres, donde la Liga Árabe, decidida a entrar en guerra, somete el problema a la ONU.

En 1947 el Comité Especial de la ONU recomienda la división de Palestiana, aprobada por la Asamblea General de la ONU y por la Agencia Judía, pero rechazada por los árabes y un “ejército de liberación” de la Liga Árabe ocupa Galilea y ataca la ciudad antigua de Jerusalén.

En 1948 Gran Bretaña renuncia a su mandato sobre Palestina y retira sus tropas y funcionarios precipitando la anarquía en la zona.

El 14 de mayo de 1948 se proclama el Estado de Israel por el Consejo Nacional Judío.

La historia de terrorismos y contraterrorismos, de ataques, masacres e injusticias, desafortunadamente, llega hasta el día de hoy. Es recomendable que, al menos, los espectadores pasivos de esta larga tragedia sepamos cómo comenzó todo para poder entender qué es lo que estamos viendo.

Fuente resumida: Atlas histórico mundial (Editorial Istmo).

Pie de fotos: Los niños son todos iguales. En estas fotos se ve un niño israelí aterrorizado, en la otra dos niños palestinos muertos. ¿Alguna de esas vidas vale más que la otra?

martes, 5 de agosto de 2014

Lecturas: "El valle de la alegría" de Stefan Chwin



Con una ironía electrizante y una narrativa fluida y mórbida, Stefan Chwin secuestra al lector y lo arrastra a través de una sucesión de situaciones surrealistas desde la Alemania de entre guerras, a la residencia privada de Hitler en el Berghof, al frente oriental, a la Rusia soviética en la que se describe un imaginativo e improbable encuentro con Stalin y con el cuerpo momificado de Lenin, para devolvernos finalmente a la Polonia de postguerra con la sensación de haber vivido toda una aventura salpicada de reflexiones y de anécdotas imposibles.

Vibrante, crítica, intensa y prolija, la novela de Chwin es todo un regalo para leer con calma en un largo verano como este.

Paloma Ulloa

sábado, 12 de julio de 2014

0000001/DSM/11192036


© de la Imagen: Fernando Puche

Se ha detenido el tiempo, ya no avanzará más para mí. Navego en un entorno insustancial, mezclado con otras presencias que no logro concretar. No puedo decir que aquí exista la luz porque no siento que pueda ver, ni oír, ni tocar, pero percibo algo similar a esa impresión que uno tiene cuando le están mirando fijamente a la nuca.

No puedo saber si la baliza que instalé en mi nube trascendental, o como otros la llaman, mi alma, ha logrado transpasar las fronteras de la vida y está enviando esta señal a mis colaboradores, pero yo cumpliré con mi misión y seguiré transmitiendo.

No recuerdo haberme adentrado en ningún túnel al atravesar la frontera de la muerte, ni haber visto mi vida como si fuese una sucesión de fotogramas, sólo recuerdo el miedo ante el último estertor y una presión en el centro del pecho, como si algo estuviese intentando salir de él.

Me siento bien. Soy como una gota de agua que forma parte de un río en movimiento, pero no puedo entender lo que ocurre a mi alrededor. ¿Entender? Ahora no recuerdo muy bien lo que significa esa palabra. Comienzo a verlo todo muy borroso. Es cálido, hay algo que podría decirse que es como un sonido, aunque no puedo... no recuerdo... no oigo... es otra cosa, algo que surge de mi interior, del interior de todo lo que me rodea.

Me estoy diluyendo, olvido, olvido lentamente, pero no siento miedo. Las palabras... qué inútiles, no sirven para nada aquí, son como la piel muerta de un animal que se regenera. Regenera, regenera, bienestar, calidez, sueño, mucho sueño, dulce sueño... Todos duermen ya, dormimos, duermo...

Navegamos, navego, na.... Sueño...

Fin de la transmisión: 19 horas 37 minutos del miércoles 19 de noviembre de 2036.

Los doctores Bonnzkewitzz, Niu y Mahtani dan por finalizado el experimento y proceden a la desconexión definitiva de la baliza trascendental del doctor Cortázar tras superar los veinte minutos sin recibir señal.

Los responsables del proyecto reconocen el éxito de la prueba y admiten que, siendo un conocimiento valiosísimo para la humanidad, la falta de datos sólidos y útiles aconseja no divulgar, por el momento, la información recogida hasta no contrastarla con otras experiencias de las mismas características para poder hacer estudios comparados entre diferentes individuos de influencias culturales y religiosas diferentes.

El estudio quedará archivado y restringido bajo el código de seguridad 0000001/DSM/11192036.

El Director-Presidente del Instituto Internacional para la Búsqueda de la Trascendencia Humana.

© del texto: Paloma Ulloa
© de la Imagen: Fernando Puche


viernes, 11 de julio de 2014

Marta



Brad Kunkle

Era  una preciosa mañana del mes de junio. Marta se había levantado muy temprano para ir a trabajar y al despertar sentí el silencio del otro lado de la cama, el vacío que abarcaba la mano inquieta, el perfume frío de su pelo sobre la almohada abandonada.

Nos habíamos conocido en una de esas barbacoas multitudinarias que convocaba un amigo común poco después de su divorcio, seguramente para hacernos ver a todos que no se sentía tan solo o que podía sobrevivir sin ella, al menos hasta la madrugada, cuando sus borracheras llorosas lo desnudaban ante los amigos más íntimos y le dejaban a la intemperie de su dolor.

Nos tropezamos por casualidad, intercambiamos algunas palabras sin importancia y unos minutos después navegábamos en una conversación cuajada de meandros en los que encontrábamos, casi sin querer, el motivo para alargar la noche y la semana y los meses.

Apenas bebimos una coca-cola que a fuerza de sostener en la mano se había recalentado y había perdido las burbujas, pero que servía, cada cierto tiempo, para hacer un pequeño descanso que despejara la mente y ayudase a recuperar el hilo del pensamiento. De aquella conversación, lo que más recuerdo, es su mirada verde y penetrante como una aguja, clavada en mis pupilas, como si quisiese entrar a través de mis ojos y tocarme por dentro.

Cuatro meses después vivíamos juntos en mi casa, lejos de la ciudad, rodeados por mis árboles, mis cuadros y su presencia que lo invadía todo sin empujar, dejándose florecer en cada una de las pequeñas rutinas de la vida. Al principio se me hizo extraño ver su cepillo de dientes junto al mío, que siempre había sobrevivido taciturno y seco en aquel vaso esmerilado que encontré en algún lugar de aquella casa que había sido de mi abuela y que seguía tan sonámbula como el día que me instalé en ella.

Hasta que Marta llegó, yo pasaba la mayor parte de mi tiempo en la galería en la que había instalado mi estudio. Allí dormía, cuando caía agotado por el cansancio y la soledad, allí bebía mi sensación de fracaso, mis dudas, mis insomnios, enfangado en la rabia de no saber transmitir con mis pinceles lo que pasaba por mi cabeza o por mi corazón, arrollado por la incertidumbre sobre el valor de mi trabajo y por una inquietud sin palabras que me devoraba como una enfermedad que fuese apoderándose de mis tejidos, de mi aplomo y hasta de mi deseo de vivir.

Ella no tocó nada, no  cambió nada y sin embargo lo cambió todo con su presencia. Se sentaba a menudo a verme trabajar y a mí me entraba una necesidad de macho alfa por satisfacer su curiosidad y, bajo su mirada, nacieron mis mejores obras, las más espontáneas, también las más arriesgadas. Pero jamás hablábamos de mi trabajo, ella respetaba mi pudor, el miedo escénico a mostrar la obra, la congoja ante las críticas, disfrazada de indiferencia.

Me levanté perezosamente. Dejé correr el agua tibia de la vieja ducha, que hizo temblar de cansancio y de vejez las tuberías, me demoré tal vez unos segundos más bajo la lluvia templada, me enjaboné lentamente, recordando algunos momentos íntimos con Marta y después, dócilmente, abrí los grandes ventanales de mi estudio, volcados sobre el jardín rumoroso y aún fresco, y me puse a preparar la tela y los pinceles para enfrentarme a la tarea.

Adoraba trabajar rodeado de luz, invadido por la vida irrefrenable del principio del verano. No podría haber sido una jornada más hermosa. Recuerdo cada detalle con una exactitud fotográfica y el olor de los lilos que penetraba sin descanso llenándolo todo de un perfume femenino y cálido.

Los pájaros revolvieron el aire con sus juegos y me asomé a la ventana justo a tiempo para ver cómo escapaban furtivamente de mi alfeizar para posarse inmediatamente en las ramas más cercanas, como si quisieran burlarse de mi incapacidad para alcanzarlos.

Comencé a trabajar enseguida, impulsado por un estado anímico brioso y chispeante. Parecía que nada podría frenar la enorme felicidad que me invadía, el equilibrio precioso en el que se mantenía mi espíritu desde que Marta había entrado en mi vida como una ráfaga de aire fresco enseñándome a disfrutar cada momento como si fuese el último y cada matiz de la luz como si mañana mismo pudiese enceguecer.

Hacía ya dos años que estábamos juntos, habíamos trazados miles de bocetos sobre lo que sería nuestro futuro, pero ninguno parecía lo suficientemente perfecto y, entre tanto, íbamos viviendo y respirando y sintiendo el palpitar constante de nuestro día a día con una dicha que no pude describirse con palabras, tal vez sí con colores, con formas o con notas musicales, pero las palabras, mis palabras al menos, parecían mustias al lado de aquella catarata de emociones.

Deslicé el pincel sobre el lienzo en un trazo limpio y puro y me detuve antes de continuar. Había en mi interior una melodía redonda y concéntrica que se repetía constantemente, algo así como un mensaje cifrado que me esforzaba por materializar pero que parecía divertirse huyendo de mí.

Aquella misma tarde teníamos previsto volar hacia Lisboa. Marta había dejado colocadas las dos pequeñas maletas alineadas junto al dintel de la puerta de nuestro cuarto. Sobre la suya reposaba un pañuelo de gasa azul que ahora se movía ligeramente con la brisa.

Sí, eso era exactamente la felicidad, ese instante retenido sobre la tela movediza, la seguridad de que ella volvería aquella tarde, me abrazaría, me arrastraría hacia esa balsa de felicidad que llevaba estancada en el verdor de sus ojos y me dejaría recorrerla palmo a palmo, reteniendo mi impaciencia, antes de precipitarme violentamente en su interior.

Mi mano se agitaba sobre el lienzo recorriendo notas y texturas que surgían de mí como si estuviese en trance. Bebía un sorbo de café, me retiraba y seguía trabajando con una alegría casi infantil, con la mente ausente de cualquier idea que no me llevase de ida y vuelta a mi trabajo.

En algún momento, a mi espalda, sentí un leve crujido, un rumor, como el que hace la madera al dilatarse y contraerse, uno de esos chasquidos familiares que no inquietan, y sin embargo, me volví a mirar. Ahora pienso muchas veces qué habría ocurrido si no me hubiese dado la vuelta y no la hubiera visto allí, mirándome desde la puerta de nuestro dormitorio, sonriéndome con esa dulzura que me hacía estremecer.

- Pero ¿qué haces aquí? ¿No tendrías que estar en la oficina? – Pregunté lleno de felicidad.

- He venido a verte – contestó.

Me levanté para acercarme pero ella me detuvo con la mirada, como solía hacer, adoptando ese gesto tan suyo de niña que guarda las distancias.

- Te quiero. – dijo – Necesitaba decírtelo.

Sonreí como un idiota enamorado pero sentí un pellizco en el pecho, una pulsión de llanto y quién sabe si también de pena.

- Yo también te quiero, mi amor. – Respondí y di un paso más hacia delante. Ella siguió mirándome como si se encontrase muy lejos o como si estuviese esperando algo de mí que yo no acertaba a comprender, y entonces sonó el teléfono.

- ¿Sí? – contesté mirándola a los ojos.

- ¿Jorge Alierta? – Escuché una voz masculina y plomiza al otro lado de la línea.

- Sí, soy yo. – Respondí mientras Marta se daba la vuelta con una sonrisa y se perdía en la penumbra de nuestro dormitorio.

- Le llamo de la comisaría de policía de X. ¿Es usted el esposo de Marta Izquierdo?

No se por qué, pero volví a mirar hacia la penumbra de nuestro cuarto con angustia y respondí con la voz estrangulada un brevísimo monosílabo.

- Soy el inspector Bermúdez. – Continuó - Lamentablemente tengo que comunicarle que su esposa Marta Liébana ha sufrido un accidente esta mañana....

- Pero ... – dudé tanteando de nuevo la oscuridad de nuestro cuarto – eso es imposible, ella, ella.

- Lo siento, señor – concluyó con una voz templada con la que pretendía amortiguar mi angustia – pero los servicios de emergencia certificaron su fallecimiento hace veinte minutos y trasladaron su cuerpo al hospital de Nuestra Señora de la Tierra donde permanecerá hasta que la familia se haga cargo de sus restos.

A partir de ese momento mis recuerdos se nublan en una sucesión cinematográfica de actos sin sentido. Sé que recorrí la casa como un náufrago, buscándola y que después volé sobre mi auto hasta el hospital donde ella reposaba extendida sobre una camilla con el rostro dulce y sonriente, como si estuviese dormida.

A menudo, mientras trabajo en la galería siento el perfume de su piel que me rodea, pero nunca más la he vuelto a ver, aunque estoy seguro de haber sentido el tintineo de su cepillo de dientes en el lavabo, y hasta el rumor de su voz junto a mi oído cuando la oscuridad me arrastra y me abrazo a su almohada para no perderme.

Paloma Ulloa

jueves, 26 de junio de 2014

OXÍMORON - 4


Christopher Blossom

"Larga singladura"


singladura.

(De singlar).


1. f. Mar. Distancia recorrida por una nave en 24 h, que ordinariamente empiezan a contarse desde las 12 del día.

2. f. Mar. En las navegaciones, intervalo de 24 h que empiezan ordinariamente a contarse al ser mediodía.

3. f. rumbo (‖ dirección trazada en el plano del horizonte).
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miércoles, 25 de junio de 2014

Ana María Matute


La mejor manera de honrar el genio de esta maravillosa autora, es divulgar, leer y paladear sus palabras,  esencia inmortal de su alma:

"Los primeros recuerdos de Pedro venían como a través de una nube de oro. Nacían de una mañana invernal, en el puerto, en la neblina encendida por el sol".

Ana María Matute "El tiempo"

"Todos los días, cuando volvía del colegio, el niño que soñaba miraba aquella gran ventana del palacio. Dentro de la ventana había un árbol. El niño no lo podía comprender, y ni siquiera en sueños podía explicárselo. Alguna vez le decía a su madre: "En ese palacio, dentro de la habitación, al otro lado del cristal de la ventana, tienen un árbol". La madre le miraba con los ojos serios y fijos. De pronto, parecía que tenía miedo, y le ponía la mano en la cabeza: "No importa, niño", le decía. Pero el recuerdo del árbol perseguía la niño fuera de sus sueños".

Ana María Matute "Los niños tontos"

"Delante de nosotros, una mujer de negro, echándose el velo sobre la cabeza, corría como si deseara atrapar las últimas notas de las campanas."

Ana María Matute "Primera memoria"


martes, 24 de junio de 2014

OXÍMORON 3 - LORCA


Leonor Solans Gracia

Tal vez el oxímoron más hermoso que existe:

"anfibio sendero"

Federico García Lórca - Romancero Gitano - "Preciosa y el aire"

La carta


Edward Hopper

Le temblaban las manos, la carta tiritaba como una hoja de otoño entre sus dedos. Apenas podía ver ya las líneas mecanografiadas que había leído en multitud de ocasiones, ni la sinuosa firma del director que le hacía fantasear con la figura rotunda y saludable de un hombre jovial, tal vez entrado en años, quizá encanecido, que la invitaba a formar parte de su institución a partir del otoño.

El sol de septiembre entraba dulcemente a través de los visillos iluminando esa oportunidad inesperada que la había hecho viajar desde tan lejos. Pero Berta no conseguía deshacerse del estrangulado nudo que crecía ahora en su garganta. No podía entender por qué, justo cuando tenía ante sí su futuro, surgía ese miedo nacido de todas las ideas extrañas que sus padres habían sembrado en ella y que ahora germinaban y la invadían sin piedad ahogando los miles de razonamientos sentenciosos que había ido tejiendo para protegerse de la duda.

Ya al subir las destempladas escaleras alfombradas de aquel hotel de tercera, se había sentido desfallecer, y al entrar en su cuarto no había deshecho el equipaje, sencillamente lo había alineado a un lado como si formase parte de una exposición.  Después se había desnudado y se había sentado a esperar que llegase la hora en que debería presentarse en la secretaría de la escuela de señoritas para comenzar el primer día de su futuro con la extraña sensación de que no sería capaz de ganarse un puesto, de que había sido excesivamente ambiciosa y no había medido con realismo aquello que se le exigiría y, entretanto,  el reloj se empeñaba en avanzar sin piedad, empujándola hacia el minuto siguiente, obligándola a actuar sin estar segura de haber pensado lo suficiente sobre lo que iba a suceder a continuación.

Pronto tendría que tomar la decisión definitiva: salir de nuevo con las maletas y regresar a la casa oscura de sus padres, con el fracaso pintado en la frente, o enfrentarse a la anchura de lo desconocido, a la luminosa e idealizada realidad que se desarrollaba más allá de la vida estrecha de una familia de provincias, estrangulada por el temor de Dios y por las miradas esquivas de los demás ciudadanos que sopesaban sin piedad cada movimiento de los hijos del sacerdote y de su esposa: la longitud de los vestidos, la discreción de los sombreros de domingo, el silencio largo o demasiado breve, el rubor inesperado prometedor de pecados inconfesables, la longitud poco apropiada de unos tacones, el sermón, demasiado farragoso o demasiado insustancial que había escrito su padre la noche anterior.

Berta se dejó caer hacia atrás en la cama. El sol bañó su rostro pecoso trayéndole a la memoria los largos veranos junto al río, con los demás niños semidesnudos, empujados por la corriente y por los peces juguetones que se deslizaban entre las piernas. Sonrió, habían sido días hermosos, empapados por el olor de la cosecha y de la lluvia que se precipitaba a veces como una bendición calmando la canícula implacable del estío. Recordaba cómo trepaban a los árboles y jugaban como pequeños salvajes, enredados en la maleza, tejiendo aventuras de piratas, de ladrones de caballos, de domadores de circo, de viejos malvados y solitarios que vivían escondidos en las cuevas dándole la espalda a Dios y quién sabe si abrazando al diablo, ese diablo que a veces resultaba más brillante y hermoso que la criatura justiciera que pintaba su padre en el púlpito cada semana y que aterrorizaba su sueño en las noches oscuras e interminables del invierno.

Pero aquella libertad sin límites duró muy poco. Pronto su madre, alta, delgada y severa, la separó de los muchachos, y comenzó a diluirla, como un azucarillo blanco e intocado, en el interior sofocante de un mundo lleno de normas que no lograba comprender. Debía sentarse como una señorita, mantener la espalda recta, no mirar a los ojos a los hombres, leer la Biblia y repetir sin comprender los salmos. Ya no le permitían jugar con otros niños pero tenía que acompañar a su madre a tomar el té con las mujeres ruidosas que asistían a la iglesia y con sus hijas aburridas y desleídas que miraban hipnotizadas viejas revistas de moda como quien contempla un tesoro.

Fue como si de pronto hubiesen apagado la luz del sol y hubiera tenido que vivir entre tinieblas, alumbrada tan sólo por una vela deficiente. Pero obedeció, cursó los estudios que le impusieron en el internado protestante, aprendió a esconder su interés por los libros y a leer a hurtadillas los grandes títulos censurados por su padre. Descubrió que podía vivir como una fugitiva sobre las alfombras cálidas de su propia casa, disfrutando sin remordimientos del sabor de lo prohibido, y eso le hizo sentirse fuerte.

Se incorporó de nuevo. El pulso de su sangre martillaba su cuello blanco y pecoso. Dobló pulcramente la carta, la introdujo en el sobre y lo dejó sobre la colcha. Después se vistió lentamente, igual que hiciera el día que enterraron a su abuela, en silencio, mirándose fijamente en el espejo, anotando mentalmente cada gesto, cada botón, cada pliegue de la tela en decadencia. Se colocó el sombrero con una cierta inclinación graciosa, se calzó los zapatos, tal vez demasiado provincianos, e introdujo el sobre en el fondo de su pequeño bolso verde antes de salir, con paso vacilante, hacia el futuro.

Sobre la cama, retorcida como la piel de una serpiente viscosa, quedó templando la sombra de la duda que unos segundos antes la había dominado. Después una nueva flecha de sol la atravesó, deshaciéndola en el aire, al mismo tiempo que el amortiguado taconeo de Berta se perdía en el pasillo sobre las gruesas alfombras polvorientas. 

Paloma Ulloa

miércoles, 11 de junio de 2014

OXÍMORON - 1



oxímoron.

(Del gr. ὀξύμωρον).


1. m. Ret. Combinación en una misma estructura sintáctica de dos palabras o expresiones de significado opuesto, que originan un nuevo sentido; p. ej.un silencio atronador.

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Livio de Marchi


martes, 10 de junio de 2014

Toms River (1905)



Toms River (1905) - John Frederich Peto

En mi última visita al museo Thyssen me dejé cautivar por esta inquietante obra de John Frederick Peto que se derrama ocupando el marco y engañando a la mirada con una perspectiva casi táctil de los objetos que lo ocupan: los clavos, el cordel, el número decadente e imperturbable que se desprende del dintel ilusorio de esta pintura premonitoria y lúcida, parecen adelantarse a la corrosiva miseria de la ausencia, el rechazo  y el exterminio que llegarían más tarde.

Una vez más, dar un paseo por las hermosas salas de este museo, es una invitación a la búsqueda de nuevos tesoros que añadir al bagaje de nuestras retinas y una  tentación para el alma que cae sin esfuerzo en la  trampa de los sentidos.

domingo, 8 de junio de 2014

La segunda caída de Venecia



Paloma Ulloa


Hace mucho tiempo que Venecia se descompone y se despuebla permitiendo que su tejido social se descomponga y abandonando a su suerte a los pocos venecianos humildes que aún la habitan, pero el golpe de la maldita corrupción que vuelve a poner a la ciudad más hermosa del mundo en los periódicos de todo el orbe, parece el tiro de gracia a la víctima agonizante.

Bajo las ambiciones personales decae, definitivamente, la historia de una ciudad única, una de las pocas en el Mundo que, desde sus inicios, tuvo un sistema férreo de control contra la corrupción de sus Dogos electos y que hacía caer en desgracia tanto a los ladrones del Estado como a sus familias y descendientes.

Tal vez, si mirásemos más hacia el pasado, si no fuésemos tan ignorantes de nuestros orígenes, habríamos sido capaces de evitar esta oleada corrosiva de corrupción que se está llevando por delante a todo el Mediterráneo, el mismo Mediterráneo responsable de una gran parte del sustrato cultural de occidente, el mismo que dio a luz el Derecho, la democracia, la filosofía, el arte (tal y como hoy lo conocemos) y la historia. El mismo que fue, durante muchos siglos, el único faro que iluminó el mundo conocido.

Que el enésimo caso de corrupción europea que ha saltado a los periódicos proceda, precisamente de Venecia, hará que la impresión de infierno sobre la Tierra que comienza a desprender la vieja cuenca mediterránea, se expanda por el resto del Mundo consolidando la decadencia definitiva de las viejas formas de vida.

No estoy segura de hacia dónde  se dirige nuestro mundo perversamente globalizado, pero lo que sí se es que unos pocos, muy pocos, un grupo reducidísimo de oligarcas anónimos, será el único beneficiario de esta guerra en la que, sin darnos cuenta, estamos perdiendo todos.

sábado, 7 de junio de 2014

Antoni Arissa: maestría, técnica, sensibilidad e historia


Antoni Arissa

Hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto viendo una exposición fotográfica, y me he preguntado, realmente asombrada, cómo es posible que, hasta ahora, desconociese a un maestro de la fotografía de principios del siglo XX como Antoni Arissa.

En las líneas de presentación que sirven de prólogo a la muestra se le describe como un pictorialista influido por los pre-rafaelistas, un vanguardista y hasta un publicista, pero lo que desde luego es, sin duda y en mayúsculas, es un artista poliédrico capaz de retratar la ternura de una madre, diseñar un plano picado sobre una ciudad casi desierta, asombrar con la contundencia de la tecnología fabril de su época y capturar la sutileza de los reflejos sobre el agua y de las sombras mágicas y huidizas sobre las paredes.

Mientras transitaba, totalmente entregada, entre las fabulosas copias antiguas y modernas de este gran fotógrafo, un espectador solitario, intensamente conmovido (fotógrafo de profesión, según me confesó), se acercó a mí para compartir su emoción y, desconociéndonos, derramamos y tejimos impresiones y sonrisas, preguntas sin respuesta, ideas, inquietudes y hasta críticas, por la pura necesidad de expresar tanta belleza y tanta sorpresa como se nos habían acumulado en el alma en unos pocos minutos.

"Qué maravilla". - Repetía mi interlocutor desconocido - "Y qué moderno". "Qué forma de captar y de describir los paisajes, los instantes, las emociones".

Pasábamos como sonámbulos del patos de un San Sebastián bellísimo, a la mirada de un Velázquez, cosechador de luz sobre los rostros tensos y los brazos sudorosos de un grupo de hombres. Descubríamos después la pulcritud vanguardista de la Bauhaus, para precipitarnos inmediatamente en la calidez del cine que revolucionaba la oscuridad de las salas asombradas y hasta los impulsos de una generación en transición hacia sí misma.

He reflexionado mucho después de ver esta exposición y he llegado a pensar que, quizá, sería conveniente bucear más en nuestro pasado y recuperar, sin sesgos políticos ni tendenciosas estupideces clientelistas, todas estas joyas que forman parte de nuestras raíces y que el lodo de la historia ha dejado sepultadas bajo nuestros pies, privándonos de su riqueza y encegueciéndonos ante nuestro destino.

Yo, por mi parte, desde ese momento coloqué a Antoni Arissa entre esos nombres sagrados de la fotografía, como Richard Avedon, Man Ray o Ansel Adams, que han nutrido mi mirada y me han enseñado a observar, a interpretar y a sentir una época, una situación o un instante, con la sabiduría de los hombres universales.

"Arissa. La sombra y el fotógrafo, 1922-1936"
Espacio Fundación Telefónica
De 4 de junio a 14 de septiembre
C/ Fuencarral, 3
28004 Madrid




sábado, 31 de mayo de 2014

Cansado



Magritte

Se sentía cansado de la adulación roñosa de los que le rodeaban, de la repetición interminable de las mismas frases, los mismos gestos, la misma sonrisa pretendidamente humilde que escondía un rictus abúlico y burlón.

Se sentía cansado de tener que esconder las canas de las sienes para fingir una juventud que tiempo atrás lo había abandonado, y de ensayar ante el espejo, a solas, a menudo acompañado de una copa de vino hurtada a la mirada inquisitiva de la esposa, el saludo perfecto, la inclinación adecuada con que alabar a quienes le alababan.

Se sentía cansado de vivir la misma farsa día a día, envuelto en su indolencia de hombre afortunado, de creador feraz y diligente, de ciudadano universal que atraviesa las fronteras de los países y de los universos como quien traspasa una puerta, cuando en verdad cada viaje era un paso hacia el vacío que le dejaba agotado e indefenso.

Y sobre todo se sentía cansado de aquel invierno largo y pendenciero que iba calándole en los huesos con la humedad mortificante que el viento arrastra por las calles añorantes del antiguo esplendor ahora empobrecido.

Titiló la luz del camerino y salió por el pasillo angosto a tomar de nuevo su puesto ante la escena. Escuchó los aplausos encendidos y el silencio expectante, pero el calambre  que siempre le empujaba hacia la luz esta vez no se produjo y salió ante la gente con el estómago vacío, la mirada plana y una dicción que era un enumeración más que un fraseo.

El público permaneció petrificado y refractario. Una corriente fría arrasaba el patio de butacas y llegó hasta él robándole la voz. Se dio la vuelta y salió del teatro dejando a su espalda un rumor de mar embravecido que sólo fue cediendo con la distancia y el viento helado de la avenida desierta y empapada por la noche y por la lluvia.

Paloma Ulloa

Lecturas: "La lluvia amarilla", Julio Llamazares



Como en alguna ocasión ha dicho Julio Llamazares sobre su propia literatura, "La lluvia amarilla" no es un libro para entretener, no es un producto de consumo: es el agua fina que cala y nutre la mente, es el "tempo" íntimo y mesurado que conmueve, es un pedazo de alma que busca con los dedos en el alma del lector, lo acaricia, lo estimula y lo enriquece y le obliga a reflexionar y a sentir, a ponerse en contacto consigo mismo, a no seguir huyendo.

miércoles, 28 de mayo de 2014

Are you a rotot?


¿Te has fijado en lo hermoso que es ver las hojas de los árboles cuando las atraviesa un rayo de luz?
¿Has memorizado el aroma del café en un día concreto, mientras aún te estirabas entre los hilos del sueño?
¿Has hablado con un amigo sobre la vida y la muerte y las estrellas, hasta el amanecer, sin acordarte de tu teléfono móvil?
¿Has saboreado tu plato favorito, como si fuese la primera vez, para no perderte ningún detalle de su textura, de su aroma y de su temperatura?
¿Has temblado ante las últimas páginas de un libro que te ha conmovido sintiendo de antemano la añoranza de sus personajes?
Si a todas estas preguntas tu respuesta es no, tal vez es que no estés vivo. Are you a robot?

Paloma Ulloa

martes, 27 de mayo de 2014

Cuando todo era hermoso




Arvikis

Vuelvo una y otra vez a ese autobús, a esa mañana de mayo en la que el sol jugaba a esconderse pudorosamente entre las nubes después de haber atravesado con sus rayos las verdes hojas membranosas de los árboles. Recuerdo perfectamente que en ese instante fui consciente de que estaba siendo feliz. Era el dueño absoluto de mi tiempo y la vida se extendía ante mí como una página en blanco. Había terminado exitosamente mis estudios, recibía ofertas de trabajo, ningún problema ensombrecía mi horizonte y, sin embargo, poco después de llegar a mi parada la vida me estalló en la cara y me arrastró con ella hacia un infierno que nunca había imaginado.

Desde entonces vuelvo una y otra vez a aquel autobús que atravesó la avenida veinte años atrás, cuando todo era hermoso, cuando fui capaz de capturar, casi sin esfuerzo, uno de esos momentos de felicidad que a veces nos regala la vida y que suelen pasar inadvertidos para nuestra consciencia, e intento corregir las pequeñas desviaciones, los errores de la memoria y del destino. Hilvano nuevos presentes desde ese pasado, rehago caminos, tomo decisiones, construyo familias, cambio de trabajo, compro una vivienda nueva y después me corrijo a mí mimo y decido alquilar un rincón rumoroso del barrio viejo desde el que puedo sentir el grosor de la historia y el olor de la madera bajo mis pies.

Hoy también es 27 de mayo, el sol esquivo juega a acariciar los árboles del jardín que rodea la residencia. Los visitantes caminan con prisa, inconscientes de su poder, de su libertad, de su independencia, mientras yo los observo desde esta ventana ante la que me sientan, cada mañana, para que entretenga mi inmovilidad y mi silencio, mientras se mueven a mi espalda, limpiando mi cuarto y ordenando mi cama, en la que pasaré el resto del día, sin moverme, sin hablar, sin poder comunicarme.

Hoy construiré una familia nueva, sentiré el pálpito de la vida bajo la piel tensa del vientre de mi esposa y después tomaré en mis brazos a esa criatura recién nacida y le daré un nombre y sentiré la angustia de ser padre y el orgullo de ser padre y la extrañeza de ser abuelo. Y después volveré a meditar, como siempre, en lo estúpidos que podemos llegar a ser los hombres. Si tan sólo hubiera comprendido que vivimos encerrados en el interior de estos cuerpos frágiles e imperfectos, si me hubiera detenido un segundo más sobre la acera, si hubiera reflexionado un instante, jamás habría cruzado la calzada sin mirar para no llegar tarde a aquella cita.

Paloma Ulloa

domingo, 25 de mayo de 2014

La victoria del miedo



Sarolta Ban

Llámenme ignorante, pero tengo la impresión de que la victoria de la extrema derecha en Europa es la victoria del miedo. El miedo a perder el trabajo, el miedo a las políticas que impone Bruselas, el miedo a no poder alimentar a los hijos, el miedo a lo desconocido y el miedo, en definitiva, a la expansión de esa sombra grande, mórbida y desconcertante que es “el mercado” y que ha dado muestras de una voracidad inconmensurable.

Después de estos resultados, a muchos nos viene a la memoria el eco del hambre que llevó a la Alemania de entreguerras a la locura del nazismo y al exterminio de los diferentes. Y si los políticos que nos representan, miran hacia otro lado, estoy convencida de que el sueño de Europa desaparecerá entre el humo, ya veremos si del desplome de las ruinas o de los bombardeos.

viernes, 23 de mayo de 2014

Crónica de la indecisión




Se termina la campaña electoral europea y aún no me he decidido. La mayoría de mis amigos y conocidos apenas hablan sobre ella y cuando lo hacen, se encogen de hombros y hacen un gesto entre la indiferencia y el asco que no sé muy bien cómo interpretar.

Me siento confusa como cuando tengo que elegir entre varias cosas que no me gustan para no dejar mal a algún invitado. Entonces intento decantarme por el mal menor, pero, ante las elecciones europeas, entre todas las nuevas formaciones, la plúmbea esgrima PSOE y PP, las meteduras de pata de los candidatos parcheadas con silencios y tibias solicitudes de disculpas, entre los canales de derechas y los de izquierdas, los periódicos progresistas y los conservadores, la rabieta sexista de Arias Cañete y las declaraciones ramplonas de Valenciano, aún no he logrado comprender qué votamos ni para qué y, sobre todo, cuál es la propuesta real de cada uno de los candidatos del “misterioso” voto útil.

Nos han hecho saber que unos se postulan contra el machismo mientras otros se declaraban libres de él, que si ganan “los de antes” caerán sobre España las siete plagas de oriente y que si ganan “los de ahora” veremos llegar el Apocalipsis; que uno no ha terminado su carrera universitaria y al otro se le cuestionan ciertas relaciones empresariales en los límites de lo ético; que el reventón de la burbuja inmobiliaria que ha agravado la crisis de nuestro país, así como la dudosa política de los bancos en la época de bonanza es responsabilidad de ambos, por las políticas especulativas puestas en funcionamiento por unos, y el aprovechamiento incoherente de las mismas que los otros hicieron, mirando hacia otro lado cuando fue necesario; y que ambas formaciones hablan de la política estatal como si las políticas fallidas y corruptas de las comunidades autónomas que unos y otros gobiernan no tuvieran nada que ver con ellos.

Pero nadie nos informa seriamente sobre lo que nos jugamos en estas elecciones, sobre si, realmente, existe un futuro para esta Europa que es una unidad de mercado sin una estructura política y legislativa común, ni sobre para qué, exactamente, estamos votando.

Mañana podremos reflexionar, lejos del ruido mediático de los discursos y de los telediarios. Lástima que precisamente mañana se celebre la emocionante final de la Copa de Europa entre el Real Madrid y el Atlético de Madrid que, seguramente nos mantendrá ocupados hasta altas horas de la madrugada y en eso, estoy segura, habrá muy baja abstención. ¿Será que el deporte y los grandes clubes millonarios hacen llegar su mensaje con más facilidad y menos esfuerzo que los partidos? Tal vez los políticos deberían saltar a la arena mediática en pantalón corto y sudar, como lo hacen los jugadores, para que alguien los tome en serio.

miércoles, 21 de mayo de 2014

Iberyanair o cómo una compañía solvente se está transformando en una línea de bajo coste




Viajar, hoy por hoy, se ha convertido en un deporte de riesgo, una de esas actividades que uno debería de pensarse un par de veces antes de acometer con todas sus consecuencias, pero si, además, ese viaje o ese desplazamiento aéreo (para ser exacto), tiene usted previsto hacerlo con Iberia, es posible que la larga sombra de la nostalgia le alcance al darse cuenta de cómo ha ido cambiando la compañía en los últimos tiempos.

Yo, que hace ya algún tiempo superé la barrera de los cuarenta y oteo los cincuenta con una cierta perspectiva, recuerdo aquellos vuelos de los años ochenta y noventa en los que, a pesar de utilizar las tarifas más asequibles para turistas, me sentía atendida y confortable en mi asiento de tejido azul con breves trazos amarillos; cuando facturar una maleta no suponía la imposición de un sobre-costo, ni mi familia sufría una diáspora en el avión, con la asignación de asientos separados y aleatorios (sin distinción entre niños o adultos) con el fin de cobrarte un suplemento por la lujosa operación “selección de plaza”; cuando aún te deleitaban con el controvertido zumo de naranja de botella (que tantas críticas injustas recibió en su día) y con un tentempié caliente que, a pesar de lo que entonces muchos pudiesen comentar, servía tanto para “matar el gusanillo” dignamente como para entretener parte del tiempo que duraba la travesía.

Llámenme romántica, pero hace algún tiempo que comencé a añorar todos esos pequeños detalles que hacían de Iberia una compañía solvente que podía mirarse cara a cara con otras empresas de aviación civil europeas y que, a pesar de la crítica cáustica de “lo nuestro” de la que los españoles siempre hemos hecho uso, nos hacía sentirnos parte del primer mundo.

En cambio ahora, no sé si como consecuencia de la globalización (como algunos pretenden) o de la fusión con British Airwais, todos los pasajeros llevan consigo sus equipajes de mano y casi nadie factura para evitar (como me ocurrió a mí en mi último viaje) pagar 30 euros por cada maleta, lo que provoca que para embarcar se organicen largas y caóticas hileras humanas, impelidas por la necesidad de acceder a su asiento antes que los demás para poder tener sus pertenencias a mano y controladas en todo momento (como dicen desde la megafonía del aeropuerto), no sea que alguien decida robarles los pantalones talla XL, los calzoncillos sucios o la esmerada selección de prendas primavera-verano que se han comprado ex profeso para la ocasión.

Es entonces cuando comienzan a sucederse, en el interior del aparato, escenas similares a las que antes se producían en los vagones de tercera clase de los trenes de principios del siglo XX, aunque, en vez de gallinas y bolsos amarrados con cuerdas, los pasajeros acarrean pequeñas maletas, ordenadores portátiles, chaquetas, abrigos y sombreros con los que empujan al pasajero de al lado mientras se les cae un libro al forzar la portezuela del compartimento que no se abre; la señora de la fila 14 (que en realidad es la trece pero han omitido el número para evitar el mal fario) pierde la dentadura postiza por un empujón inesperado de un turista furibundo que lucha por encajar como sea su equipaje de mano en el minúsculo espacio que hay frente a su asiento, y la azafata se pasa la mano por la frente tras evitar un gancho de derecha de la dama de la fila 16, que no ha logrado frenar en el aire la caída de su  gabardina y la ha dejado sepultada bajo su bonito forro estampado con efes invertidas.

Pero, tras conseguir las azafatas (despeinadas y sudorosas) que los inquietos viajeros permanezcan sentados en sus asientos, con los teléfonos móviles (al menos aparentemente)  desconectados y los respaldos en posición vertical, (lo que nos concede unos minutos de calma durante el despegue), llega el momento en el que el avión alcanza la altitud y estabilidad necesarias y entonces, los pasajeros, impelidos por una fuerza invisible, se desabrochan los cinturones y se precipitan hacia los lavabos formando largas colas para dar rienda suelta a sus necesidades contenidas. Saciada esta primera urgencia y, mientras en el compartimento de cola las auxiliares de vuelo organizan los carritos de las viandas, ocurre algo inaudito hasta hace poco tiempo, se inicia lo que yo denomino, la apertura oficial de la tartera (o el papel de plata o la sandwichera), que expele un tufo a chorizo, mortadela, panceta o ensalada que se expande por toda su zona de influencia apestando al resto del pasaje.

Inmediatamente, me vienen a la memoria esas imágenes de los autobuses, los trenes, los cines de barrio y las meriendas del campo de otro tiempo y me pregunto por qué la gente prefiere llevarse su comida a comprar un tentempié a la sufrida azafata que soñaba con ser una dama de sonrisa elegante como las de los anuncios de la Iberia de los años cincuenta y se ha tenido que conformar con ser una atareada camarera que "habla idiomas". Sin embargo, cuando después de observar el “menú de a bordo”, sugerente, moderno, atractivo, una se decide por el suculento bocadillo de jamón serrano, ligeramente aromatizado con aceite de oliva y, temblando de inanición, muerde esa especie de “bimbollo” dulzón y sin gracia (aquí también se me nota la edad, lo sé) y, desconcertada, separa las partes del pan en busca del “relleno” y descubre que para poder encontrar las jugosas lonchas que tan orgullosamente sobresalen en el modelo de la fotografía, tiene que conseguir un equipo científico forense que verifique el ADN de esos escasos restos cárnicos que  manchan el pan amarillento aquí y allá, comprendo a esos viajeros precavidos y campechanos que, a riesgo de atufarnos a todos, se llevan la tartera para evitar la úlcera de estómago que, “las bondades del producto” o la “irritación”, les provocarían en caso de adquirirlo.

Si tras el agotador "almuerzo", se pone usted de pie para ir al lavabo, podrá comprobar sobrecogido que, a pesar de que la talla media del ciudadano español ha aumentado considerablemente en los últimos años (gracias a la mejor alimentación, a un sistema público de salud envidiable,  y a la -hasta hace relativamente poco tiempo- mejora de la economía) el pasillo ha sido invadido por las piernas de los pasajeros que superan el metro setenta y cinco y que no saben cómo colocarse para no quedar atrapados para siempre entre los asientos, ni masacrar a patadas al pasajero de delante, ni sufrir un colapso de la circulación sanguínea.

Pero como ningún viaje de aventura puede carecer de sus sobresaltos, si es usted uno de esos viajeros afortunados que para llegar a su destino tiene que hacer escala en un aeropuerto que está (delineando una uve sobre el mapa) a la misma distancia que su ciudad de origen pero en la dirección meridianamente opuesta (luego no diga que su línea aérea no le facilita las cosas para que conozca mundo), es muy probable (por no decir inevitable) que su maleta sufra algún extravío y se quede rezagada en la escala o viaje a Singapur, pasando por Camberra para volver a llegar a Bruselas antes de descansar  (abollada, sucia y con una rueda menos) en su vivienda de, por ejemplo, Madrid, después de que se la hayan entregado a una señora desconocida en un hotel de las afueras de la ciudad desde donde, muy amablemente, le llaman para avisarle de que la compañía aérea se ha equivocado de destino y que gracias a que usted ha identificado su propiedad con dirección postal y número de teléfono, han considerado humano sosegar su zozobra avisándole del equívoco por si quiere acercarse a recogerla antes de que vuelva a entrar en el laberíntico mundo aéreo, en cuyo caso es muy probable que la metan de nuevo en un avión rumbo a Buenos Aires para que de tres vueltas al mundo antes de llegar a sus manos.

En fin, que la compañía que un día fue estatal y que pasó a convertirse en una línea privada de la que los españoles, un tanto ingenuamente, nos enorgullecíamos (eso sí, sotto voce), se está transformando en un trasunto de Rayanair que exporta la sufrida "Marca España" (no olvidemos que en su logotipo siguen ondeando los colores de nuestra bandera) y ejecuta políticas hace poco inimaginables, a costa de sus usuarios y de sus temerosos empleados que ven cómo el servicio, los sueldos y las líneas más importantes, van pasando directa o indirectamente a otras manos a costa de su sacrificio, de su salario y hasta sus aspiraciones profesionales.

domingo, 11 de mayo de 2014

Primera reseña en el periódico El País de Uruguay


Primera reseña sobre la novela "Las novias de Travolta" en el periódico uruguayo El País.

Felicidades mamás



Gustav Klimt

Ser madre es algo maravillosos, algo que te cambia la vida para siempre y que te descubre matices de ti misma que jamás creíste poseer.

Y es que la maternidad viene con un equipo completo de supervivencia que, en cuanto se activa, desarrolla en tu interior un instinto ancestral que te mantiene alerta en torno al recién nacido y te permite identificar sus más mínimos gestos traduciendo inmediatamente al lenguaje materno sus necesidades y, de esa forma, logras alcanzar la velocidad de la luz mientras cambias pañales pestilentes con una sonrisa tranquilizadora a la vez que cantas una nana, preparas un biberón y proteges su culito con una crema pastosa y pegajosa que parece sacada de una película de terror.

Pero la equipación para la mamá moderna, también lleva incluido un traductor  2.0 que permite distinguir de forma inmediata entre los 745 tipos distintos de llanto que emite tu bebé dependiendo de si tiene dolor, hambre, calor o gases. Y un despertador biológico que te levanta de la cama exactamente treinta segundos antes de que tu hijo se despierte llorando de hambre a las tres de la madrugada. Así como un “mamá automático” que se pone en marcha a toda velocidad para ofrecer al pequeño el seno o un biberón, mientras tú das cabezadas, sentada en cualquier parte de la casa: el piso, el sofá, la cama, o una silla de la cocina, que a esas alturas, lo mismo te da.

Por si todo lo anterior fuese poco, en esos momentos delicados en los que la responsabilidad de haber traído a un hijo a este mundo y en el que las hormonas bailan la Samba en tu torrente sanguíneo haciéndote sentir a veces la mujer más feliz del mundo y otras la más desdichada, se pone en marcha la función “futbol” con la que regatearás con soltura las invectivas de tu madre y de tu suegra, y la comparación genética de la especie en relación con los rasgos innegables que enlazan a tu hijo con tu marido, con tu padre,  con la abuela Cornelia, con el bisabuelo Frígido que era muy guapo pero que murió de una pulmonía allá por el invierno de 1960, y hasta con el repartidor de pizzas que de tu barrio.

Pero a pesar de la alta tecnología del equipo de supervivencia de madres, habrá algunos días en los que a pesar de haber logrado descansar seis horas seguidas (porque tu esposo se ha apiadado de ti y le ha dado el biberón nocturno al cachorrillo), cuando te mires al espejo seguirás viendo a una mujer con el pelo enmarañado, las ojeras moradas y salientes, la boca descompuesta y pastosa, como si acabase de volver de una noche loca y no tuviese muy claro si se encuentra en la tierra o en un planeta muy, muy lejano. Y es entonces cuando recuerdas lo que te dicen tus amigas, tus hermanas, tu madre y hasta tu suegra: Hija, luego todo eso se olvida y te quedas con lo bonito de ser madre”. Pero tú piensas “¿Es que no me lo podían haber dicho antes? No, claro, se les olvidó.”

Pero tú eres una madre, y las madres son capaces de salir victoriosas de cualquier combate y con el paso de los meses y los años, y gracias al equipo de supervivencia maternal, comprenderás que has sufrido una mutación completa de tu genética originaria y que ahora eres un médico eficiente que decide sobre la marcha qué antitérmico debes suministrar a tu hijo y a tu marido (que a veces se comporta como un hijo más); llevas y traes a la prole a la guardería o a la escuela, con la desenvoltura de un taxista; organizas la compra semanal, las tareas domésticas, las coladas, las comidas y las fiestas de cumpleaños de tus hijos, como el mejor estratega; escuchas los problemas de todos los que te rodean intentando ayudarles en lo posible, igual que haría un psicólogo; ayudas a los niños a hacer los deberes, como una experimentada pedagoga; preparas la comida durante los fines de semana para que todos puedan tomar alimentos sanos y nutritivos, como el mejor chef de un restaurante de moda; atiendes a tu esposo en sus preocupaciones y en la cama, como lo haría una amante veneciana; y trabajas en la oficina más horas que ningún otro empleado, porque tienes que mantener tu puesto de trabajo como sea.

Y, sin embargo, cada vez que miras a tu hijo, que le bañas y te devuelve una gran sonrisa desdentada, que te tiende las manitas para acariciarte mientras le das de mamar, o que te dice por primera vez “te quiero”. Cada vez que hace una examen brillante en la escuela, o que te escribe una espantosa poesía para el día de la madre. Cada vez que habla como una persona sensata o que comienza a trabajar en su primer empleo, descubres que no hay nada comparable en este mundo y que, a pesar de esa mutación genética a la que has sido sometida en virtud de tu maternidad, esa felicidad privada e íntima, ese orgullo que te sobrecoge y te desborda, no lo cambiarías por nada de este mundo.

Felicidades mamás

Paloma Ulloa

miércoles, 30 de abril de 2014

Ya a la venta en Uruguay la novela "Las novias de Travolta"


¿Qué ocurre cuando cuatro mujeres inteligentes, luchadores y autocríticas, en el ecuador de sus vidas, comprenden que han intentado tener más funciones que una navaja suiza? ¿Qué pasa cuándo se desnudan emocionalmente y dejan al descubierto sus miedos y sus secretos más inconfesables? Pues que comienza “Las novias de Travolta”, una novela en clave de comedia que reivindica el universo femenino de una generación a caballo entre la Olivetti y el Windows, Verano azul y los reality shows, el catecismo y el vibrador.

Basada en la exitosa obra teatral del dramaturgo uruguayo Andrés Tulipano, esta novela  abre el telón universal de la compleja y riquísima realidad de esas mujeres que se enfrentan a la cuarta década de sus vidas y que, a pesar de sus fracasos, de sus temores y de sus errores, siguen gritando con todas sus fuerzas “¡I will survive!”.

viernes, 18 de abril de 2014

En el cielo de Macondo




Imagen tomada de www.rae.es

Dicen que ha muerto García Márquez, como si fuese eso posible después de  haber dejado  lo mejor de sí anclado para siempre en esta tierra, entre hojarascas de palabras y fotogramas de memorias fabulosas.

Dicen que el colombiano universal ha muerto y, sin embargo, hoy mismo millones de personas empujadas por el eco inmisericorde que provocan los mitos, se precipitarán por primera vez en su profundo universo creativo y quedarán atrapados para siempre en él, perpetuándole en la eternidad, mientras él se hamaca en su mecedora en algún lugar del cielo de Macondo.