Paloma Ulloa
Hace mucho tiempo que Venecia se descompone y se despuebla
permitiendo que su tejido social se descomponga y abandonando a su suerte a los
pocos venecianos humildes que aún la habitan, pero el golpe de la maldita
corrupción que vuelve a poner a la ciudad más hermosa del mundo en los
periódicos de todo el orbe, parece el tiro de gracia a la víctima agonizante.
Bajo las ambiciones personales decae, definitivamente, la
historia de una ciudad única, una de las pocas en el Mundo que, desde sus
inicios, tuvo un sistema férreo de control contra la corrupción de sus Dogos
electos y que hacía caer en desgracia tanto a los ladrones del Estado como a
sus familias y descendientes.
Tal vez, si mirásemos más hacia el pasado, si no fuésemos
tan ignorantes de nuestros orígenes, habríamos sido capaces de evitar esta
oleada corrosiva de corrupción que se está llevando por delante a todo el
Mediterráneo, el mismo Mediterráneo responsable de una gran parte del sustrato cultural
de occidente, el mismo que dio a luz el Derecho, la democracia, la filosofía,
el arte (tal y como hoy lo conocemos) y la historia. El mismo que fue, durante
muchos siglos, el único faro que iluminó el mundo conocido.
Que el enésimo caso de corrupción europea que ha saltado a
los periódicos proceda, precisamente de Venecia, hará que la impresión de
infierno sobre la Tierra que comienza a desprender la vieja cuenca
mediterránea, se expanda por el resto del Mundo consolidando la decadencia
definitiva de las viejas formas de vida.
No estoy segura de hacia dónde se dirige nuestro mundo perversamente globalizado, pero lo
que sí se es que unos pocos, muy pocos, un grupo reducidísimo de oligarcas
anónimos, será el único beneficiario de esta guerra en la que, sin darnos
cuenta, estamos perdiendo todos.
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