martes, 12 de agosto de 2014

Todos llevamos en nuestro interior un lector ávido


Autor desconocido

La lectura es un entretenimiento gozoso y, desde luego, un camino hacia la cultura y el conocimiento pero, lamentablemente, muchos niños llegan a ella únicamente a través de la escuela y carecen de la delicia de escuchar cuentos antes de dormir, del privilegio de encontrarse rodeados de adultos que amen los libros, o de descubrir una biblioteca o una librería hasta que se enfrentan con la obligación inexcusable del aprendizaje.

Por otra pate, estoy convencida de que los maestros intentan atraer a sus alumnos hacia las páginas escritas, y nunca como ahora se han podido encontrar ediciones tan bellamente ilustradas que pretenden seducir tanto a los niños como a sus padres, pero aún así, frente a otros divertimentos más sencillos e inmediatos (y a menudo también más económicos), el libro queda muchas veces relegado.

Es cierto que los niños que ven leer a sus padres, que escuchan cuentos desde que apenas saben hablar, se acercan con curiosidad a los libros que los rodean, los abren, los miran, los pintan incluso, intentando interactuar de alguna manera con ellos y se adaptan a su tacto y a su presencia de la misma manera que casi todos son capaces de jugar con una pantalla táctil o manejar el mando a distancia de un televisor o de un reproductor de vídeo. Pero también es verdad que los adultos tendemos a mantener a nuestros hijos en permanente actividad para huir de la terrible y amenazadora frase: “me aburro”, que nos lanzan como un reproche. Sin embargo ¿no sería necesaria una cierta dosis de aburrimiento para que se sientan inclinados a explorar de nuevo esos juguetes que se amontonan en una estantería; para imaginar aventuras increíbles; o para acercarse a un libro?

A menudo los padres preocupados por el rechazo de sus hijos hacia la lectura intentan llevarlos a la biblioteca, compran los títulos de moda que leen sus amigos, incluso los amenazan con castigos o los incentivan con recompensas, sin éxito, y se preguntan qué han hecho mal. No hay que frustrarse, puede ser que nuestros hijos no hayan tenido aún la fortuna de acertar con el texto que habla de esos temas que les interesan, o que les falte o les sobre madurez para enfrentarse a una obra, o sencillamente, que aún no haya llegado su momento, pero hay que estar siempre receptivo y admitir que no hay libro menor, que cualquier historia, cualquier novela, cualquier cómic, puede ser la llave que abra la puerta de la literatura a un niño, a un preadolescente, a un adolescente y hasta a un adulto. 

No hay edad para comenzar a leer por placer, como no hay edad para seguir aprendiendo y por eso recomiendo a los padres que se preocupan por el desinterés de sus hijos hacia la literatura que no bajen nunca los brazos y que sigan intentándolo (sin imposiciones ni reproches) con la misma paciencia con la que les enseñaron en su día a comer la fruta triturada o a lavarse los dientes, porque todos llevamos en nuestro interior un lector ávido, sólo hay que encontrar el camino para llegar hasta él.

Paloma Ulloa




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