Qué caro es el silencio. Qué difícil es encontrar un lugar en el que el ruido no haga presa en uno y lo zarandee y lo aísle y lo descentre. Un lugar en el que disfrutar del sencillo susurro de los árboles, del sosiego del agua, de la voz inspiradora del viento entre las montañas, sin procesiones humanas que lleguen a tomar imágenes con las que alimentar sus redes sociales. Qué difícil es sentir solo el pálpito de la naturaleza en toda su inmensidad sin el griterío de la multitud vacacional, ansiosa y estridente que lo llena todo con su zumbido de enjambre.
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