No importa si el tiempo se adensa cuando estoy contigo, o si las voces de los niños en el parque, al otro lado de la calle, acompañan nuestras largas tardes de conversaciones infinitas, llenas de recuerdos hechos de matices, de aromas, de sabores encapsulados en la memoria de los años consumidos. No importa si, mientras nosotros devanamos décadas de vida, la otra vida, la que fluye ahí fuera, nos deja al margen, intocados.
No importa porque mientras jugamos a retar nuestras memorias, el tiempo se detiene entre sus hilos y podemos olvidarnos de todo para siempre, como dioses pequeñitos ungidos y distantes, hijos de nuestra orfandad azul y diminuta, de nuestro silencio de niños emigrados, de nuestras manos abrazadas como nudos, poderosas y cansadas, atadas firmemente a nuestros días.
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