Rusia ataca a Ucrania. Pienso en los niños aterrados. En los ancianos escondidos en refugios. En la gente lanzada, en apenas unas horas, a la locura de las armas. Pero sobre todo pienso en las mujeres. Las que lucharán también. Las que abrazarán a sus hijos para intentar protegerlos. Las que soportarán, si el conflicto avanza, el horror de ser objetivo de guerra, como lo fueron las mujeres berlinesas tras la ocupación rusa al final de la Segunda Guerra Mundial. Aterra pensar con qué facilidad la paz y la rutina se volatilizan. Cómo el ser humano es capaz de normalizar el horror. Cómo los ciudadanos bien pensantes podemos contemplar, a través de nuestros televisores, el bombardeo que reduce a cenizas una ciudad y a sus habitantes, mientras consumimos una sopa a la hora de cenar.
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