Dicen que a veces los sueños se
entretienen en las ramas del tiempo y allí quedan detenidos sin motivo. Tal vez
España se enredó en su propio sueño y se durmió en él y ahora despierta en esta
pesadilla intrusa en la que nos encontramos; en la que el nombre heroico de la
Transición se desploma como un gigante con pies de barro y nos deja con las
manos vacías y la memoria enferma.
Tal vez debimos pedir más, aspirar a más
y no conformarnos con una libertad partida que miraba ciegamente hacia el
futuro, intentando olvidar un pasado gangrenado que antes o después tendría que
alcanzarnos. Quizá deberíamos haber exigido a los adalides de la nueva libertad
sus referencias humanas antes de dejar en sus manos, inocentemente, el timón de
nuestras vidas.
Pero todo eso es pasado, ahora tendremos
que exigir como ciudadanos maduros lo que como niños ilusionados no supimos
pedir antes. Es el momento de que la política comience a ser un referente para
el pueblo y no un pozo infecto en el que todo se salva con una mentira más o
con un nuevo chivo expiatorio arrojado a las llamas de los sacrificios por el
bien común del resto de la escoria. Tal vez, por fin, es la hora de que cada
ciudadano tenga un nombre y una mirada, y no sea un número que añadir a una
lista de criaturas invisibles a las que trasegar de un extremo a otro de una
encuesta como gotas entre vasos deformados.
Paloma Ulloa
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