Sobre el pecho cálido de la madre, el niño duerme soñando con el dulzor de la leche, con los brazos amados, con las nanas reconfortantes y serenas.
Los ángeles acunan su reposo con hermosas sinfonías que parecen traspasar el lienzo para tocar al espectador, atrapándole en la red emotiva de las formas, de las actitudes laxas y confiadas, de la veneración limpia a la maternidad y, por extensión, a la propia vida.
La luz que acaricia los pliegos de las túnicas, es un delirio de detalles y, las alas, deciciosamente extendidas, protegen la belleza irreal de las criaturas que sirvieron de modelo al pintor.
Hay una serenidad en el lienzo que conmueve, una limpieza en la claridad transparente de la piel, una idealización tan perfecta, que casi puedo sentir el pecho del bebé llenándose de vida al respirar.
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