Uno de los motivos que impulsó a la RDA a elevar el muro de Berlín en agosto de 1961 fue la sangría de universitarios bien preparados que, después de haber recibido una buena educación pública y gratuita en la zona soviética, atravesaban las fronteras de la entonces aún ciudad abierta de Berlín para refugiarse en embajadas occidentales, solicitar asilo político y comenzar una nueva vida.
Pasados los años, hoy Alemania ofrece a los universitarios españoles bien cualificados un atractivo abanico de trabajos y una carrera laboral que España no puede darles en el estado de “catalepsia” en que vive sumida la economía y la política de nuestro país.
Desde el punto de vista humano, los jóvenes que logren sus metas comenzarán una nueva vida y posiblemente nunca retornarán, de forma definitiva, a España. Pero para nosotros, como país que no ha sabido retener a sus cerebros, a su mano de obra cualificada y capaz de devolver el pulso a nuestro futuro, ésta será una pérdida irreparable porque, en la mayoría de los casos, sólo quedarán aquellos que por miedo o por mediocridad, no hayan podido granjearse un porvenir mejor en otro país.
Quizá todo esto debería hacernos reflexionar sobre nuestra manera anárquica y centrípeta de hacer política, sobre nuestra falta de visión de futuro y sobre nuestro inflexible carácter “resultadista” porque, detrás de nosotros, vendrán nuestros hijos y los médicos que nos atenderán, los ingenieros que construirán nuestras infraestructuras, los arquitectos que eleven nuestras ciudades, los científicos que “inventen” el futuro o los catedrático que formen a los próximos universitarios, posiblemente no serán los mejores de su promoción, porque aquí no tendrán espacio suficiente, ni medios adecuados para desarrollarse en toda su plenitud.
Las consecuencias de todo ello, desgraciadamente, no tardaremos en vivirlas.
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