Sobre los charcos lúcidos transitan nubes perfiladas de sol. La calle está vacía. Hay un aroma cálido en el aire. Las páginas del libro aletean dulcemente movidas por la brisa.
Alargo un poco más la quietud. Temo el primer ruido que resquebraje la mañana. La cafetera borbotea aromas impregnados de infancia.
Me siento junto al ventanal bañado por el sol. Cierro los ojos y adelanto el rostro hacia la luz. La felicidad se extiende indiferente por mi cuerpo. Estallan endorfinas luminosas que se derraman en mi cerebro y me transportan.
Una melodía antigua se instala en mi cabeza y se repite en silencio como la banda sonora de un recuerdo encapsulado. Me trae el rastro de un momento que parecía olvidado y me acuna, mansamente, en una primavera remota.
Un crujido sutil me alerta de una puerta que se abre. La vida hace camino a sus espaldas. El instante, fugitivo, ya es memoria.
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