viernes, 5 de mayo de 2023

Madrid


Madrid se extiende ahí abajo como una promesa. Desde la distancia parece más bella, más humana. Alza sus torres párvulas a un cielo primaveral que atardece y se amansa, como terciopelo, tras el calor casi estival. Allí se vuelve cárdeno, allá turquesa, al fondo, muy al fondo, gris.

Desde esta distancia las almas que se entrecruzan, se superponen, se agreden o se aman, son invisibles. Apenas me llega el rumor de las  motos que cabalgan el verano y fatigan las noches sin descanso.

Desde la distancia se olvida la crueldad de las cuestas escarpadas y retorcidas de los barrios viejos, el olor a café con leche y churros, el trajín de las máquinas tragaperras, la lucha por ganarse el pan, las manos menesterosas que piden limosna en los semáforos, las colas ante los comedores sociales, el cacharreo cristalino de las conversaciones y los vasos en las terrazas que colonizan las aceras.

Desde la distancia, desde esta lejanía del vigía que se asoma a su balcón como un farero domador de mareas urbanitas, los teatros no palpitan con reclamos luminosos, los cláxones no doblegan voluntades, y solo el rastro extendido de una nube perezosa que navega azoteas infinitas retiene mi atención y me devuelve al blando refugio de la infancia, a la calma sin problemas del pasado, al soñar infantil que hacía florecer mis esperanzas.

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