Fotografía de Sarolta Bán
Las palabras novedosas, brillantes, que inundaban de luz sorprendida mi infancia, van cayendo en desuso. También aquellas que estuvieron de moda y que traían aires de lugares lejanos,
perfumados de mundanidad: boutique, kermés, negligé, ambigú, cheslong, fumoir.
Las otras, las grandes y pesadas que cosechaba mi tío para mi, como trémulas y fragantes flores - solaz, albarda, turbamulta, escabel - se están llenando de polvo en el arcón de la memoria. Pero esta mañana, han saltado sobre mí y me han llenado de imágenes deshilvanadas de un pasado profundo.
Aguamanil, gozne, altramuz, maní, quincalla, alhaja, acerico, titiritero, haragán, cícero, parteluz, arambol, ventisquero, alcorque.
Brincan unos segundos ante mis ojos, juguetonas aves infelices, y después se sumergen, como alegres pájaros pescadores, en el anestésico olvido.
Caravasar, asechanza, cortapluma, ditirambo, quepis, quinqué, serrallo, matacán...
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