El sol helado de Madrid cristaliza sobre mi piel, cauteriza mi aliento, baña mis ojos achicados por el viejo hábito de la sonrisa y por los años.
La nieve espumea sobre la sierra y arma de aguja el viento que nos lame y nos curte las orejas indefensas.
Unas nubes enormes tripulan sombras luminosas que se tornan amenazas en la grisura de sus panzas.
El periódico abanica el aire y se divierte, bajo el brazo, azotando las noticias contra el mundo indiferente.
La calle de mi barrio se deshoja mansamente en ocres infinitos y bajo el peso lento de mis botas, se resquebrajan las lenguas membranas que un día fueron verdes criaturas mecidas por la brisa.
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