martes, 2 de enero de 2018

Madrugada


Me gustan los rostros alucinados que transitan por el metro, antes del amanecer, de puntillas por la vida recién desperezada. Los cuerpos se mueven macilentos, con un regusto a sueño escaso y a pereza que no se pueden ocultar detrás de los abrigos y el maquillaje.
Algunos esconden la mirada entre las páginas de un libro, otros se duermen, mecidos por el vaivén cadencioso de las vías, pero los hay que también inundan sus cerebros con músicas estridentes que los arranque de la realidad empecinada.
Me nombro espectadora invisible de todos los viajeros anónimos que se cruzan conmigo. Observo sus zapatos reventados o minuciosamente limpios, los bolsos, contenedores de secretos inimaginables, los abrigos y bufandas y sombreros que pretenden hurtar el frío a las pieles pálidas de sueño. Y tejo historias sobre sus vidas, sus recuerdos, sus deseos, que se cruzan entre gente a la que nadie importa y de la que nadie sabe nada.

No hay comentarios: