Gustav Klimt
Ser
madre es algo maravillosos, algo que te cambia la vida para siempre y que te
descubre matices de ti misma que jamás creíste poseer.
Y
es que la maternidad viene con un equipo completo de supervivencia que, en
cuanto se activa, desarrolla en tu interior un instinto ancestral que te
mantiene alerta en torno al recién nacido y te permite identificar sus más
mínimos gestos traduciendo inmediatamente al lenguaje materno sus necesidades
y, de esa forma, logras alcanzar la velocidad de la luz mientras cambias
pañales pestilentes con una sonrisa tranquilizadora a la vez que cantas una
nana, preparas un biberón y proteges su culito con una crema pastosa y pegajosa
que parece sacada de una película de terror.
Pero
la equipación para la mamá moderna, también lleva incluido un traductor 2.0 que permite distinguir de forma
inmediata entre los 745 tipos distintos de llanto que emite tu bebé dependiendo
de si tiene dolor, hambre, calor o gases. Y un despertador biológico que te
levanta de la cama exactamente treinta segundos antes de que tu hijo se
despierte llorando de hambre a las tres de la madrugada. Así como un “mamá
automático” que se pone en marcha a toda velocidad para ofrecer al pequeño el
seno o un biberón, mientras tú das cabezadas, sentada en cualquier parte de la
casa: el piso, el sofá, la cama, o una silla de la cocina, que a esas alturas,
lo mismo te da.
Por
si todo lo anterior fuese poco, en esos momentos delicados en los que la
responsabilidad de haber traído a un hijo a este mundo y en el que las hormonas
bailan la Samba en tu torrente sanguíneo haciéndote sentir a veces la mujer más
feliz del mundo y otras la más desdichada, se pone en marcha la función
“futbol” con la que regatearás con soltura las invectivas de tu madre y de tu suegra,
y la comparación genética de la especie en relación con los rasgos innegables
que enlazan a tu hijo con tu marido, con tu padre, con la abuela Cornelia, con el bisabuelo Frígido que era muy
guapo pero que murió de una pulmonía allá por el invierno de 1960, y hasta con
el repartidor de pizzas que de tu barrio.
Pero
a pesar de la alta tecnología del equipo de supervivencia de madres, habrá
algunos días en los que a pesar de haber logrado descansar seis horas seguidas
(porque tu esposo se ha apiadado de ti y le ha dado el biberón nocturno al
cachorrillo), cuando te mires al espejo seguirás viendo a una mujer con el pelo
enmarañado, las ojeras moradas y salientes, la boca descompuesta y pastosa,
como si acabase de volver de una noche loca y no tuviese muy claro si se
encuentra en la tierra o en un planeta muy, muy lejano. Y es entonces cuando
recuerdas lo que te dicen tus amigas, tus hermanas, tu madre y hasta tu suegra:
Hija, luego todo eso se olvida y te quedas con lo bonito de ser madre”. Pero tú piensas “¿Es que no me lo podían haber
dicho antes? No, claro, se les olvidó.”
Pero
tú eres una madre, y las madres son capaces de salir victoriosas de cualquier
combate y con el paso de los meses y los años, y gracias al equipo de
supervivencia maternal, comprenderás que has sufrido una mutación completa de
tu genética originaria y que ahora eres un médico eficiente que decide sobre la
marcha qué antitérmico debes suministrar a tu hijo y a tu marido (que a veces
se comporta como un hijo más); llevas y traes a la prole a la guardería o a la
escuela, con la desenvoltura de un taxista; organizas la compra semanal, las
tareas domésticas, las coladas, las comidas y las fiestas de cumpleaños de tus
hijos, como el mejor estratega; escuchas los problemas de todos los que te
rodean intentando ayudarles en lo posible, igual que haría un psicólogo; ayudas
a los niños a hacer los deberes, como una experimentada pedagoga; preparas la
comida durante los fines de semana para que todos puedan tomar alimentos sanos
y nutritivos, como el mejor chef de un restaurante de moda; atiendes a tu
esposo en sus preocupaciones y en la cama, como lo haría una amante veneciana;
y trabajas en la oficina más horas que ningún otro empleado, porque tienes que
mantener tu puesto de trabajo como sea.
Y,
sin embargo, cada vez que miras a tu hijo, que le bañas y te devuelve una gran
sonrisa desdentada, que te tiende las manitas para acariciarte mientras le das
de mamar, o que te dice por primera vez “te quiero”. Cada vez que hace una
examen brillante en la escuela, o que te escribe una espantosa poesía para el
día de la madre. Cada vez que habla como una persona sensata o que comienza a
trabajar en su primer empleo, descubres que no hay nada comparable en este
mundo y que, a pesar de esa mutación genética a la que has sido sometida en
virtud de tu maternidad, esa felicidad privada e íntima, ese orgullo que te
sobrecoge y te desborda, no lo cambiarías por nada de este mundo.
Felicidades
mamás
Paloma Ulloa
2 comentarios:
Qué divertido, Paloma. Te superas. Empar
Palomita Genial
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