La casa respira un silencio expectante.
Entro muy despacio. El gas narcótico perderá efectividad enseguida y no puedo
entretenerme. De puntillas me acerco al lugar indicado. Tengo que actuar con
una precisión quirúrgica. Me detengo un segundo. Escucho las respiraciones
densas. Tanteo ese crujido minúsculo que me ha llegado desde el otro lado de la
casa. Nada. No ha sido nada. Continúo. Siento cómo galopa el corazón en mi
pecho. Me agacho muy despacio. Ultimo la misión y salgo de puntillas,
intentando no hacer ruido al cerrar la ventana. La siguiente casa está justo
debajo. La madrugada ya está cerca. Hoy tampoco me detendrán por haber entrado
ilegalmente en el continente, en el país, en las casas. Soy un sin papeles
real que vive en un castillo volador en los confines de oriente, un negro
privilegiado que rocía el mundo de los niños con los dones de la magia.
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