Madrid se disuelve en una lluvia lenta y empalagosa que le ha robado la alegría: los paseos entre escaparates del sábado, los desayunos templados en las terrazas al cálido sol de marzo, los deambuleos por los puestos suculentos y tentadores del Rastro o de la Cuesta de Moyano.
Se nos ha quedado en la boca un gusto a invierno y a cansancio con esta Primavera que no reconocemos como nuestra. Ayer nevaba, hoy diluvia; y los pensamientos se condensan entre las páginas de un libro que habíamos proyectado leer al sol, tal vez detrás de algún ventanal benéfico que nos calentase el alma. Pero en cambio se nos entristecen las miradas y nos puede el sueño en esta lentitud que impone la nostalgia de la lluvia.
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