El niño mira a través de la ventana con sus ojos inquietos, ávidos de mundo. La calle fluye con un rumor de conversaciones afiladas y un griterío de motores furiosos. Abajo, muy abajo, se mecen las ramas destiladas del invierno, ateridas en la expansión minúscula de sus alcorques. Y el niño lo registra todo con esa seriedad mineral que tienen a veces los pequeños; esa seriedad que nos sobrecoge por la severidad pura de sus pupilas implacables.
Paloma Ulloa
No hay comentarios:
Publicar un comentario