Ya se ha comenzado a hablar sobre un
posible derrumbe de China. Un pinchazo de la burbuja económica del gigante
asiático podría arrastrar a todo el planeta, llevarlo de nuevo a la recesión o
hasta al colapso financiero. Pero aunque las nubes de tormenta empiezan a ser
visibles para algunos, parece que nadie está dispuesto a tomar medidas preventivas
que nos protejan tanto si los augurios de desplome se producen como si, monopolistas
casi absolutos de la producción, los chinos decidiesen extorsionar al “mercado”
con un cambio de rumbo de sus políticas mercantiles.
Yo no soy una voz relevante, ni probablemente
tenga todos los elementos de juicio necesarios para concluir que esos rumores
son sólidos y, sin embargo, creo que estamos despilfarrando tiempo y fortunas
en intentar prolongar un presente que hace décadas que se reveló insostenible, en vez de idear y construir un futuro capaz de contenernos a todos; en vez de producir
un nuevo tejido industrial (ya que el que teníamos lo abandonamos en favor de
producciones más baratas y menos justas que a la larga nos han empobrecido); en
vez de encontrar nuevos sistemas industriales más ecológicos y mejores.
En un país como España, en el que el
talento y la capacidad de trabajo son parte de nuestro ADN como se ha
demostrado por la inmensa cantidad de creadores, científicos e investigadores
que exportamos cada año, en una nación que posee algunas de las fortunas más
importantes del planeta, me niego a creer que no seamos capaces de proponer
nuevos modelos de vida, nuevas ciudades en el extenso terreno baldío del que disponemos,
en las que las nuevas tecnologías, la industria, la ecología y la economía sean capaces
de convivir, sin convertirse en sistemas predadores como los que, hasta ahora,
hemos explotado.
Es cierto que para lograr un objetivo
tan ambicioso se necesita savia nueva en los gobiernos para que no estén
contaminados por el clientelismo, por la apatía, por la rutina y que tengan el
talento suficiente para aunar economía sostenible, tecnología, visión de futuro
y capacidad de riesgo, que tengan el arrojo de negociar tanto con las grandes
fortunas, los empresarios, los emprendedores, los banqueros, como con los
científicos, los investigadores, los desarrolladores de ideas.
No es descabellado creer que el trabajo
en equipo, los beneficios fiscales y el manejo de los fondos europeos se
utilicen, por una vez, para sembrar la semilla del futuro en vez de para que
algunos, mediocres pero avaros, se enriquezcan a costa de empobrecer los
bolsillos y el porvenir de sus pueblos. Necesitamos nuevos gestores capaces de
soñar y a la vez de mantener los pies en la tierra. Necesitamos gente que no
desee continuar la senda y que tenga la energía y la inteligencia necesarias para abrir caminos nuevos. Necesitamos personas capaces de
adelantarse a los acontecimientos que se avecinan como el agravamiento de los
problemas medioambientales, la superpoblación mundial, la guerra energética, el terrorismo o
las mareas migratorias y cuyas propuestas no estén constreñidas por los
intereses de los grandes poderes en la sombra. Necesitamos, en definitiva, dirigentes
dispuestos a dialogar y a crear gobiernos multidisciplinares y multipartidistas
en los que prime el interés común sobre el egoísmo de patas cortas al que
estamos acostumbrados.
No se si China se romperá en mil pedazos
como consecuencia de una crisis económica, o de una crisis política que lo
disuelva en una miríada de estados, pero lo que si se es que el actual
equilibrio es quebradizo y que en las manos de todos está rehacer los cimientos
del porvenir antes de que se nos derrumbe encima el presente dejándonos en la
más absoluta indefensión como consecuencia de la ineptitud interesada de unos
pocos.
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