Imagen tomada de "diariofinanciero.com"
He vivido estas últimas horas
sobrecogida por la oleada de noticias y acontecimientos que, en tiempo real,
vomitan las televisiones, las radios, periódicos y redes sociales. Me he sorprendido
a mí misma paralizada por el espectáculo mediático de la detención de Rodrigo
Rato como quien contempla un partido de fútbol: esperando acontecimientos
relevantes, con los músculos en tensión, escuchando una y otra vez los mismos
comentarios de los mismos analistas y de los mismos reporteros desplazados ante
la puerta de su vivienda, de su despacho y de los juzgados y, sinceramente, ha
llegado un momento en el que la pirotecnia mediática me ha arrastrado a la
perplejidad y me ha obligado desconectarme de todo para intentar reflexionar en
silencio sobre lo que está sucediendo.
Por un lado me impresiona la desmesura a
la que ha llegado la sordidez política: un ex vicepresidente y ex ministro de economía
cercado por sus propios delitos fiscales; y por otro, me preocupa que todo
este revuelo, este sacrificio público, casi este auto de fe, pueda servir para
ocultar otras cosas que no podemos ver o, peor aún, para saciar la sed de
venganza de unos ciudadanos hastiados de medidas injustas y de recortes
sociales.
Pero, sobre todas las cosas, lo que más
me preocupa es lo que se intuye que podríamos seguir descubriendo durante los
próximos meses de este larguísimo año electoral en el que vivimos inmersos.
Casos de corrupción inimaginables, de uno y otro lado del poder, parecen
esperar su turno para explotar en las pantallas poniendo a prueba la paciencia
y la capacidad de autocontrol de unos ciudadanos que comienzan a estar
saturados de escándalos y que se preguntan cómo puede ser posible que alguien
sea elegido para ocupar los cargos de responsabilidad creciente que ha
desempeñado un personaje como Rodrigo Rato sin que nadie se haya tomado el
tiempo necesario para examinarlo bajo el microscopio con el fin de demostrar su
honradez antes de dejarle en las manos decisiones que afectaron al presente y
al futuro de millones de personas; cómo es posible que un defraudador como
este, haya consolidado su imagen de gurú de la economía mientras nos engañaba
con una impunidad indecente; quién y con qué parámetros, selecciona a los
responsables que dirigen nuestros destinos. Y por último, cómo puede ser que
muchos de los allegados a un presidente del gobierno español que se mantuvo al
frente del país durante ocho años estén cayendo sometidos por la acción de la
justicia mientras él se mantienen intocado, ignorante de todo, aislado en el
centro de la tormenta perfecta, sin que
le salpique el lodazal en cuya cúspide parece haber estado instalado.
Creo que, una vez más, los ciudadanos
españoles deberemos hacer gala de nuestra inteligencia emocional y no dejarnos
arrastrar por la marea de las noticias para no perder de vista el conjunto del
panorama, para que no nos pasen desapercibidos otros detalles que, tal vez,
algunos prefieran que no descubramos y, sobre todo, para tener templanza y
lucidez suficientes para elegir a en las urnas a políticos que no nos engañen
con palabrería vacua mientras venden nuestro futuro y nuestro bienestar entre
bambalinas.
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