viernes, 27 de marzo de 2015

24 de marzo: el dolor del absurdo



Siempre se ha dicho que la mente humana es un laberinto lleno de preguntas sin respuesta: ¿Qué lleva a un hombre a poner en riesgo su salud y su vida para superar un reto personal? ¿Qué impulsa a un científico a sacrificarlo todo para avanzar un paso mínimo en la batalla del descubrimiento? ¿Qué empuja a alguien, cuya responsabilidad es llevar pasajeros en el interior de un avión, a estrellarlo voluntariamente robándole el futuro a ciento cincuenta personas?

Durante dos días he estado perpleja escuchando y leyendo las noticias que se sucedían sobre esta catástrofe como quién ve en la televisión una película inverosímil de Seteven Seagal, pero la catarata de informaciones y las imágenes que se repetían en bucle en todas las cadenas superaban con creces los argumentos retorcidos de cualquier guionistas y ponían a prueba mi credulidad.

Yo, como ciudadana occidental, estoy preparada para encajar la tragedia de un accidente aéreo provocado por un fallo técnico o incluso por un error humano. También, desgraciadamente, comienzo a acostumbrarme (aunque por supuesto me revuelvan violentamente) a los absurdos atentados terroristas de los fanáticos que pretenden imponer a través de la tiranía de la muerte preceptos escasamente divinos y profundamente arbitrarios, pero me siento incapaz de imaginar qué impulsa a un ciudadano occidental, con una vida que muchos calificarían de privilegiada, a segar la existencia de ciento cincuenta personas de las que no conocía nada; de hombres y mujeres, de adolescentes que apenas estaban dando sus primeros pasos autónomos en la vida, de bebés que no habían llegado a paladear conscientemente la belleza de estar vivos.


Seguramente espero, como casi todo el mundo, un nuevo giro en el guión de esta catástrofe que aporte algún por qué: tal vez un secuestro de un ser querido con el que hubieran obligado al copiloto a inmolarse a cambio de su liberación, o una conspiración para causar dolor y doblegar voluntades en nombre de alguna causa miserable; porque no soy capaz de aceptar que detrás de esta tragedia sólo exista el deseo de un hombre joven de dejar de vivir.  

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