Hay algo conmovedor en la belleza paralizante de la nieve, algo mágico que rompe la mordaza de la rutina y doblega la urgencia hasta dejarla sometida a la calma involuntaria.
Hoy, desde el otro lado del Atlántico, llegan las imágenes de la gran máquina neoyorquina dominada por la nieve, inmóvil, y me ha sacudido una nostalgia ciega que me ha transportado, durante apenas unos segundos, hasta esa Gran Manzana silenciosa e inusual.
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